Los corintios estaban facinados con los dones espirituales (capítulo 12), especialmente con el don de lengua. Ellos creían que el don de lenguas estaba en un nivel más grande de relación con Dios, y es que pensaban que Los Ángeles tenían un idioma directo con Dios.
No obstante, Pablo les recuerda que incluso el don de lenguas no tiene sentido sin amor. Sin amor, una persona puede hablar con el don de lenguas, pero es tan insignificante como un metal que resuena, o címbalo que retiñe. No es nada más que un sonido vacío. Luego Pablo hablará de lo vano que resulta la dadivosidad con las personas, del desprendimiento de los bienes materiales si es que no hay amor.
El amor es la marca de los discípulos de Cristo, según las palabras de Jesús en Juan 13:35, y Pablo habla de ese mismo amor ágape en el capítulo 13 dándonos más detalles de cómo es ese amor en la vida de los creyentes, y qué no es amor.
Pablo finaliza el capítulo diciendo: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13:13). Este versículo encierra la esencia del carácter cristiano, destacando tres virtudes fundamentales: la fe, la esperanza y el amor. Sin embargo, el apóstol Pablo señala que el mayor de estos es el amor, porque el amor es el reflejo más puro del carácter de Dios (1 Juan 4:8).
(1) La fe nos conecta con Dios, permitiéndonos aceptar Su salvación y Su guía en nuestras vidas.
(2) La esperanza nos sostiene en medio de las pruebas, recordándonos que nuestras luchas terrenales son temporales y que Jesús pronto regresará.
(3) Pero el amor es eterno, porque será la esencia de nuestra experiencia en el cielo. No necesitaremos fe ni esperanza cuando estemos cara a cara con Cristo, pero el amor seguirá siendo el vínculo que une a todos los redimidos.
El amor es más que un sentimiento; es una acción. Es el servicio desinteresado, la paciencia, la compasión, y el perdón que reflejan a Cristo. Como adventistas del séptimo día, llamados a vivir y compartir el mensaje del evangelio, recordemos que todas nuestras acciones deben estar impregnadas de amor. Este amor no solo transforma nuestras vidas, sino que también atrae a otros al Salvador.
Que podamos ser conocidos como el pueblo del amor. Qué más allá de dones, acciones y demás, podamos ser el reflejo del amor de Dios.
Feliz día.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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