sábado, 2 de agosto de 2025

NO VIVAS COMO EGIPCIO NI CANNANEO - LEVÍTICO 18



Hace algunos años, una joven decidió dejar su ciudad natal para estudiar en la capital. Al llegar, se encontró con un mundo completamente nuevo: fiestas cada fin de semana, relaciones sin compromiso, una moral muy diferente a la que había aprendido en su hogar cristiano. Al principio, todo parecía emocionante. Pero con el paso del tiempo, su vida comenzó a desesperarse, a caminar sin rumbo ni y dirección. Un día, entre lágrimas, me confesó: “Pastor, siento que he perdido mi identidad. Me adapté tanto a este mundo que ya no sé quién soy ni en quién creo”.


La historia de Ana no es única. Muchos hoy enfrentan el mismo conflicto: ¿cómo vivir una vida santa en medio de un mundo moralmente confundido?


Y es aquí donde entra Levítico 18, un capítulo que a primera vista parece solo una lista de prohibiciones sexuales… pero que, en el fondo, es una llamada urgente de Dios para su pueblo a vivir diferente, a reflejar su santidad en medio de un mundo quebrado. A continuación tres lecciones a la luz del capítulo:


1. Dios no nos llama a copiar la cultura, sino a reflejar su carácter. “No haréis como hacen en la tierra de Egipto, en la cual morasteis, ni haréis como hacen en la tierra de Canaán, a la cual yo os conduzco” (18:3). Israel salía de Egipto, una cultura cargada de idolatría y prácticas inmorales, y entraba a Canaán, un lugar aún más depravado. Dios les dice claramente: “No hagan lo que ellos hacen”. Hoy, el llamado es el mismo: no estamos llamados a imitar las modas del mundo, sino a modelar los valores del Reino de Dios. En un tiempo donde la identidad sexual y los valores familiares están en crisis, Dios sigue pidiendo un pueblo que viva con principios claros, no por legalismo, sino por amor y reverencia a su Creador.


2. La santidad comienza en lo íntimo. “Ninguno se acercará a parienta próxima alguna para descubrir su desnudez” (18:6). Este capítulo detalla relaciones prohibidas, pero lo hace por una razón profunda: la santidad no es solo exterior, sino también interior y relacional. Dios está interesado en nuestras relaciones familiares, en nuestra sexualidad, en lo que hacemos cuando nadie nos ve. La pureza no es solo evitar el pecado; es vivir con integridad en lo más íntimo de nuestro ser. Dios no nos pide esto para limitarnos, sino para protegernos de las consecuencias dolorosas del pecado y para enseñarnos a amar con pureza.

3. Vivir en santidad es una cuestión de pacto, no de preferencia. “Guardad, pues, mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos” (18:5). Dios no está negociando sus principios. Él dice: “Estas son mis reglas. Si las guardas, vivirás”. En otras palabras, la obediencia es el camino a la verdadera vida. No es cuestión de lo que me gusta o no me gusta, de si la sociedad lo aprueba o no. Es un asunto de pacto con Dios. Cuando eliges seguir a Cristo, eliges vivir de acuerdo con sus normas, no con las tuyas ni con las del mundo.


Levítico 18 no es solo un capítulo del pasado. Es una advertencia actual, pero también una invitación de amor. Dios te llama a vivir diferente, a reflejar su pureza en un mundo impuro.

No estás solo en esta lucha. Cristo no solo perdona tu pasado, sino que te da poder para vivir una vida nueva. Hoy, puedes decidir como la joven de nuestra historia, que al regresar a Cristo, encontró nuevamente su identidad y propósito. Porque cuando decides vivir para Dios, Él se encarga de restaurarte, sostenerte y guiarte.


Feliz día. 


Pr. Heyssen Cordero Maraví 


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CUANDO DIOS TE DECLARA LÍMPIO - LEVÍTICO 14



“Esta es la ley acerca de toda plaga de lepra y de tiña, y de la lepra del vestido, y de la casa, y acerca de la hinchazón, y de la erupción, y de la mancha blanca, para enseñar cuándo es inmundo, y cuándo limpio. Esta es la ley tocante a la lepra” (Levítico 14:54-57).


Miriam pasó muchos días encerrada en una pequeña habitación detrás de su casa. Fueron casi 43 días que estuvo aislada por el coronavirus, el Covid 19. Fue ella misma que decidió aislarse… era por amor. Miriam tenía una enfermedad contagiosa que estaba causando miles de muertes en todo el mundo. Y aunque físicamente estaba devastada, el mayor sufrimiento era el aislamiento emocional y espiritual.


Un día, después de mucho tratamiento, y al cabo de casi seis semanas, la prueba de COVID, arrojó negativo. Ella escuchó las palabras que tanto había esperado: “¡Estás sana!” La familia la abrazó, lloraron juntos y, al fin, pudo volver a la vida. Pero antes de eso… necesitó un acto simbólico que la ayudara a reconciliarse con su pasado: un letrero que decía: “Vencimos al COVID”.


Lo mismo pasaba con los leprosos en tiempos bíblicos. Y Levítico 14 nos enseña que no solo se trataba de curarse físicamente… sino de ser restaurado por completo ante Dios y la comunidad. Aquí tres lecciones espirituales:


1. La restauración comienza fuera del campamento. “El sacerdote saldrá fuera del campamento, y lo examinará; y si ve que está sana la llaga de la lepra…” (14:3). La purificación no comenzaba en el templo ni en el altar. Comenzaba fuera del campamento. El sacerdote tenía que ir al lugar donde estaba el leproso. El proceso de restauración no depende primero del pecador, sino del Dios que sale a buscarlo. Así actúa Jesús. Él no espera que estés limpio para recibirte. Sale a buscarte cuando aún estás quebrado, sucio, con la vida hecha pedazos. No te exige estar bien para amarte… te ama para restaurarte. Dios no está esperando en la iglesia a que vengas… está buscándote donde estás, para traerte de vuelta.


2. Dos aves, madera, escarlata e hisopo – símbolos de salvación. “Entonces mandará el sacerdote que se tomen para el que se purifica dos avecillas vivas… una será degollada… y la otra será soltada en el campo” (14:4-7). En este rito se usaban elementos muy simbólicos: dos aves (una muere, otra vuela libre), madera, escarlata (color de la sangre) e hisopo (instrumento de purificación). Todo esto apunta directamente a Cristo: (1) El ave que muere representa a Jesús, quien murió por nuestros pecados. (2) El ave que es soltada representa la nueva vida del que ha sido perdonado. (3) La madera y la sangre evocan la cruz. (4) El hisopo fue usado también para rociar la sangre del Cordero (Éxodo 12) y en la cruz (Juan 19:29). Ser perdonado no es un proceso psicológico, es un acto divino. Cristo murió para que tú vueles libre.


3. La purificación termina en el altar. “Y el que se purifica lavará sus vestidos, y raerá todo su pelo, y se lavará con agua… después tomará dos corderos sin defecto…” (14:8,10). Después de ser declarado limpio, el leproso no volvía directamente a la vida. Había una secuencia de pasos simbólicos: lavado, cambio de apariencia, y sobre todo, sacrificios ante el altar. La restauración no termina cuando Dios te sana. Termina cuando vuelves al altar, cuando tu vida es consagrada, cuando ya no vives para ti, sino para el que te dio una segunda oportunidad. Muchos quieren ser sanados, pero no todos quieren ser consagrados. Pero el verdadero perdón no solo limpia el pasado, redirecciona el futuro. Dios no solo quiere perdonarte… quiere usarte.


Miriam decía con lágrimas en los ojos: “No fue el alta médica lo que me hizo sentir viva otra vez… fue cuando pude abrazar a mi madre, volver a cantar en la iglesia, y sentirme útil otra vez.”


Levítico 14 no es un capítulo de rituales antiguos… es una declaración de esperanza. Dios no solo quiere limpiarte, quiere devolverte la vida. Hoy, puedes salir del aislamiento espiritual. Jesús fue “fuera del campamento” por ti (Hebreos 13:12). Murió para que vueles libre. Y te espera en el altar, no con juicio, sino con restauración.


Feliz día.


Pr. Heyssen Cordero Maraví 


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LA LEPRA DEL CORAZÓN - LEVÍTICO 13

Carlos era un hombre fuerte, trabajador, querido por su comunidad. Pero una mañana, mientras se afeitaba frente al espejo, notó una mancha blanca en su mejilla. Al principio pensó que era algo pasajero, tal vez una irritación. Pero con el paso de los días, no solo no desaparecía, sino que empezaron a salirle manchas similares en otras partes del cuerpo.


Preocupado, visitó al médico. El diagnóstico fue devastador: cáncer a la piel . No podía creerlo. En un abrir y cerrar de ojos, su vida cambió: gastó todos sus ahorros solo para ver con tristeza cómo se desmoronaba en cuestión de días lo que fue construido en años. ¿Qué hacer para curar una enfermedad incurable? ¿A dónde ir para encontrar sanidad de una enfermedad mortal?


Hoy por hoy, aún cuando la ciencia ha avanzado a pasos agigantados, tristemente no hay cura para el cáncer, pues es una enfermedad sin cura. Esta enfermedad era similar a la lepra de los tiempos bíblicos. Todo aquel que tenía lepra debía tener la seguridad de que se encontraba a una enfermedad sin cura. 


El capítulo de hoy, Levítico 13, nos presenta uno de los capítulos más detallados sobre cómo el pueblo de Israel debía identificar y tratar la lepra. Aunque el contexto es ceremonial y sanitario, hay profundas implicancias espirituales detrás de este procedimiento. A continuación, tres lecciones para nuestra vida hoy:


1. La lepra no siempre se nota al principio. “Cuando alguno tuviere en la piel de su cuerpo hinchazón, erupción o mancha blanca, y se convierta en llaga de lepra…” (13:2). La lepra podía empezar como una simple mancha, algo leve, casi imperceptible. Pero si no se trataba, avanzaba silenciosamente hasta consumir el cuerpo. Así es el pecado. Comienza como una pequeña indiferencia, una mentira piadosa, una mirada prohibida, una excusa en lugar de oración. No parece gran cosa… hasta que el alma comienza a endurecerse. Nadie se aleja de Dios de la noche a la mañana. Es una progresión silenciosa. Dios no quiere que vivamos ignorando nuestras heridas. Él nos ofrece su Palabra como un espejo que revela la enfermedad antes de que sea fatal.


2. Solo el sacerdote podía declarar impuro o puro. “Lo mirará el sacerdote, y lo declarará impuro” (13:3). El diagnóstico no quedaba en manos de la persona afectada. Tampoco podía un familiar o amigo tomar esa decisión. Era el sacerdote, el mediador entre Dios y el pueblo, quien examinaba cuidadosamente y daba el veredicto. Esto nos recuerda que no somos jueces de nuestra propia condición espiritual. A veces creemos estar bien solo porque no hacemos “cosas malas”. Pero Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, es quien puede ver lo más profundo del corazón. Cristo no solo nos examina, también nos ofrece su gracia. No para condenarnos, sino para restaurarnos. El que declara “impuro” es también el único que puede decir: “¡Eres limpio!” (cf. Lucas 5:13).


3. La impureza se aislaba para no contaminar a otros. “El leproso… habitará solo; fuera del campamento será su morada” (13:46). El aislamiento era duro, pero necesario. No era un castigo, sino una medida para proteger al resto del pueblo. El mal debía ser contenido, antes de propagarse. Hoy no vivimos bajo leyes ceremoniales, pero el principio es claro: el pecado sin tratar puede contaminar a otros. Palabras tóxicas, actitudes egoístas, orgullo sin corregir… todo eso se contagia. El leproso era aislado del campamento, pero no de Dios. Jesús fue el único que, en vez de alejarse del leproso, se acercó y lo tocó. Él quiere hacer lo mismo contigo. No importa cuán lejos hayas caído, su toque todavía tiene poder para sanar.


Carlos fue internado y recibió tratamiento. Años después, cuando fue dado de alta, se convirtió en voluntario en hospitales de enfermedades oncológicas. Decía: “Yo sé lo que es vivir con algo por dentro que te va matando… pero también sé lo que es ser tocado por el amor de Dios.”


Hoy, más que temerle a la lepra física o al cáncer, deberíamos temerle a una conciencia adormecida, a un corazón endurecido. Permite que Cristo, el verdadero Sacerdote, te examine hoy. Porque aunque vea tu pecado, no te rechazará. Te sanará.


Feliz día 


Pr. Heyssen Cordero Maraví 


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