Hace algunos años, una joven decidió dejar su ciudad natal para estudiar en la capital. Al llegar, se encontró con un mundo completamente nuevo: fiestas cada fin de semana, relaciones sin compromiso, una moral muy diferente a la que había aprendido en su hogar cristiano. Al principio, todo parecía emocionante. Pero con el paso del tiempo, su vida comenzó a desesperarse, a caminar sin rumbo ni y dirección. Un día, entre lágrimas, me confesó: “Pastor, siento que he perdido mi identidad. Me adapté tanto a este mundo que ya no sé quién soy ni en quién creo”.
La historia de Ana no es única. Muchos hoy enfrentan el mismo conflicto: ¿cómo vivir una vida santa en medio de un mundo moralmente confundido?
Y es aquí donde entra Levítico 18, un capítulo que a primera vista parece solo una lista de prohibiciones sexuales… pero que, en el fondo, es una llamada urgente de Dios para su pueblo a vivir diferente, a reflejar su santidad en medio de un mundo quebrado. A continuación tres lecciones a la luz del capítulo:
1. Dios no nos llama a copiar la cultura, sino a reflejar su carácter. “No haréis como hacen en la tierra de Egipto, en la cual morasteis, ni haréis como hacen en la tierra de Canaán, a la cual yo os conduzco” (18:3). Israel salía de Egipto, una cultura cargada de idolatría y prácticas inmorales, y entraba a Canaán, un lugar aún más depravado. Dios les dice claramente: “No hagan lo que ellos hacen”. Hoy, el llamado es el mismo: no estamos llamados a imitar las modas del mundo, sino a modelar los valores del Reino de Dios. En un tiempo donde la identidad sexual y los valores familiares están en crisis, Dios sigue pidiendo un pueblo que viva con principios claros, no por legalismo, sino por amor y reverencia a su Creador.
2. La santidad comienza en lo íntimo. “Ninguno se acercará a parienta próxima alguna para descubrir su desnudez” (18:6). Este capítulo detalla relaciones prohibidas, pero lo hace por una razón profunda: la santidad no es solo exterior, sino también interior y relacional. Dios está interesado en nuestras relaciones familiares, en nuestra sexualidad, en lo que hacemos cuando nadie nos ve. La pureza no es solo evitar el pecado; es vivir con integridad en lo más íntimo de nuestro ser. Dios no nos pide esto para limitarnos, sino para protegernos de las consecuencias dolorosas del pecado y para enseñarnos a amar con pureza.
3. Vivir en santidad es una cuestión de pacto, no de preferencia. “Guardad, pues, mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos” (18:5). Dios no está negociando sus principios. Él dice: “Estas son mis reglas. Si las guardas, vivirás”. En otras palabras, la obediencia es el camino a la verdadera vida. No es cuestión de lo que me gusta o no me gusta, de si la sociedad lo aprueba o no. Es un asunto de pacto con Dios. Cuando eliges seguir a Cristo, eliges vivir de acuerdo con sus normas, no con las tuyas ni con las del mundo.
Levítico 18 no es solo un capítulo del pasado. Es una advertencia actual, pero también una invitación de amor. Dios te llama a vivir diferente, a reflejar su pureza en un mundo impuro.
No estás solo en esta lucha. Cristo no solo perdona tu pasado, sino que te da poder para vivir una vida nueva. Hoy, puedes decidir como la joven de nuestra historia, que al regresar a Cristo, encontró nuevamente su identidad y propósito. Porque cuando decides vivir para Dios, Él se encarga de restaurarte, sostenerte y guiarte.
Feliz día.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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