“Y los hijos de Gad y los hijos de Rubén respondieron diciendo: Haremos lo que Jehová ha dicho a tus siervos” (Números 32:31).
Hermano querido, todos nosotros en algún momento hemos hecho promesas. Promesas a un amigo, promesas a la familia, promesas incluso delante de Dios. El problema es que muchas veces la vida, con sus preocupaciones, nos hace olvidar lo que dijimos, y entonces las palabras se quedan solo en el aire. Pero Dios no se olvida.
En este capítulo encontramos una lección profunda sobre el valor de la palabra y la responsabilidad de cumplir los compromisos asumidos delante de Dios. Los hijos de Gad y Rubén, al ver que las tierras al oriente del Jordán eran buenas para el ganado, pidieron quedarse allí en lugar de cruzar con el resto de Israel. A primera vista parecía un acto de comodidad o de separación, pero lo que marcó la diferencia fue su compromiso: no abandonarían a sus hermanos en la conquista, sino que cruzarían armados para ayudar en la batalla hasta que todos recibieran su heredad.
Moisés les recordó que la fidelidad a Dios y a la comunidad no puede quedarse en promesas vacías, debía expresarse en hechos concretos. De esta manera, las tribus entendieron que la bendición de Dios se recibe cuando somos fieles no solo a lo que decimos, sino a lo que hacemos. El compromiso de Gad, Rubén y la media tribu de Manasés nos recuerda que el egoísmo divide, pero la lealtad une; que la verdadera herencia no está solo en recibir, sino en compartir la carga con los demás.
Hoy también el Señor nos invita a ser cristianos de palabra cumplida, hombres y mujeres que no retroceden ni buscan atajos, sino que permanecen firmes en lo que prometieron a Dios y a su iglesia. Porque cumplir lo prometido es más que una obligación: es una demostración de amor, de fe y de fidelidad al Dios que nunca falla en sus promesas.
Hoy la iglesia también necesita hombres y mujeres de palabra. Personas que no retrocedan, que no busquen atajos, que no digan “yo ya recibí mi bendición, que los demás se arreglen”. No. Dios nos llama a acompañar a nuestros hermanos, a caminar juntos hasta que todos entremos en la tierra prometida. Porque la vida cristiana no se trata de comodidad, se trata de compromiso. Y cumplir los compromisos no es una carga, es la mayor demostración de amor y fidelidad a un Dios que jamás ha fallado en lo que prometió.
Feliz día.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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