domingo, 17 de agosto de 2025

OBEDECER O DESOBEDECER, LA DECISIÓN ES SOLO TUYA - LEVÍTICO 26



“Si anduviereis en mis decretos y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, yo daré vuestra lluvia en su tiempo, y la tierra rendirá sus productos, y el árbol del campo dará su fruto” (Levítico 26:3, 4). 


Hace algunos años, conocí a un joven que soñaba con tener una buena cosecha de maíz. Invirtió todo lo que tenía: alquiló un terreno, compró semillas de primera calidad y trabajó de sol a sol. Pero cometió un error fatal: no siguió las recomendaciones de siembra. No respetó el tiempo, no preparó bien el terreno, y sembró demasiado hondo.

¿El resultado? Cuando llegó la época de cosecha, las plantas no crecieron como esperaba. Perdió todo. Me miró y me dijo: “Pastor, si hubiera hecho caso a las instrucciones, hoy estaría celebrando”.


En Levítico 26, Dios le habla a Israel de manera clara: la obediencia trae bendición, la desobediencia trae consecuencias. Y esas palabras no son historia antigua; son una advertencia viva para nosotros.


1. La obediencia abre las ventanas del cielo. Dios prometió lluvias a su tiempo, abundancia en las cosechas, paz en la tierra y victoria sobre los enemigos… si Israel obedecía. Hoy, tal vez no vivamos de sembrar trigo, pero las promesas siguen vigentes: cuando honramos a Dios con nuestra vida, Él derrama bendiciones en nuestras familias, en nuestro trabajo y en nuestra salud espiritual.


2. La desobediencia rompe el círculo de bendición. Dios también advirtió: si desobedecen, vendrá escasez, temor, enfermedad y derrota. No porque Él quiera castigarnos, sino porque alejarnos de Su voluntad nos deja expuestos al caos que el pecado siempre trae. En la vida real, la desobediencia siempre cobra factura. Un hogar sin obediencia a Dios se llena de discusiones. Un corazón que no sigue Sus caminos vive inquieto, vacío y sin rumbo.


3. Hoy todavía podemos decidir a quién escuchar. La obediencia y la desobediencia siguen en pie como dos caminos. Dios no nos obliga, pero nos advierte: “Escoge la vida, para que vivas” (Deut. 30:19). Cada día es una oportunidad para decir: “Señor, quiero caminar en Tus sendas. Quiero recibir Tus promesas y evitar las heridas que deja el pecado”.


La obediencia no es una carga, es la llave que abre las puertas de la bendición. Y si has estado caminando en desobediencia, no es tarde para volver. El mismo Dios que prometió lluvia a su tiempo puede derramar hoy sobre tu vida la paz, la alegría y la esperanza que tanto necesitas.


Feliz día.


Pr. Heyssen Cordero Maraví 


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LECCIONES DEL DESCANSO DE LA TIERRA - LEVÍTICO 25



“Jehová habló a Moisés en el monte de Sinaí, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando hayáis entrado en la tierra que yo os doy, la tierra guardará reposo para Jehová” (Levítico 25:1, 2).


Una vez conocí a un agricultor que me dijo algo que nunca olvidé: “Pastor, la tierra también se cansa. Si la exprimes todos los años sin darle un respiro, un día ya no te dará fruto”.

Era un hombre humilde, de manos curtidas y rostro quemado por el sol, que entendía algo que muchos olvidamos: el descanso no es pérdida de tiempo, es inversión para el futuro.


En la Biblia, Dios estableció que la tierra de Israel debía descansar cada siete años. No se debía sembrar, ni podar, ni cosechar. ¿Por qué? Porque Dios quería enseñar algo mucho más profundo que agricultura.


A continuación, tres lecciones que aprendemos del descanso de la tierra.


1. El descanso es un acto de confianza en Dios. Cuando los israelitas dejaban la tierra sin sembrar un año entero, no había “plan B” humano. Tenían que creer que Dios proveería. El descanso era un recordatorio de que la bendición no viene solo del trabajo, sino del Señor que hace prosperar nuestro trabajo. Hoy vivimos en una sociedad obsesionada con la productividad. Trabajamos, corremos, acumulamos… pero a veces Dios nos dice: “Detente. Confía en Mí. Yo soy tu Proveedor”.


2. El descanso restaura lo que está agotado. La tierra, como nosotros, necesita tiempo para recuperarse. Un año sabático permitía que el suelo recuperara nutrientes y fuerza para producir más adelante. En la vida espiritual pasa igual: si nunca nos detenemos, nuestra alma se desgasta. Necesitamos espacios para renovar nuestra fe, escuchar la voz de Dios y dejar que Él regenere nuestra fuerza interior.


3. El descanso nos recuerda que todo le pertenece a Dios. El año sabático no solo beneficiaba a la tierra, sino también a los pobres, a los extranjeros y hasta a los animales, que podían comer libremente de lo que creciera solo. Era un recordatorio de que la tierra no era del agricultor, sino de Dios. Nosotros no somos dueños de nada; solo administradores temporales de lo que Él nos presta.


Tal vez tu vida hoy se parezca a una tierra sobreexplotada. Llevas meses, tal vez años, sin darte un respiro. El mensaje de Dios para ti es claro: “Venid a Mí, y Yo os haré descansar” (Mateo 11:28).


Si el Señor se preocupó por el descanso de la tierra, cuánto más se preocupa por tu descanso espiritual. Hoy puedes confiar, restaurarte y recordar que todo lo que tienes viene de Él.


Feliz día. 


Pr. Heyssen Cordero Maraví 


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sábado, 2 de agosto de 2025

NO VIVAS COMO EGIPCIO NI CANNANEO - LEVÍTICO 18



Hace algunos años, una joven decidió dejar su ciudad natal para estudiar en la capital. Al llegar, se encontró con un mundo completamente nuevo: fiestas cada fin de semana, relaciones sin compromiso, una moral muy diferente a la que había aprendido en su hogar cristiano. Al principio, todo parecía emocionante. Pero con el paso del tiempo, su vida comenzó a desesperarse, a caminar sin rumbo ni y dirección. Un día, entre lágrimas, me confesó: “Pastor, siento que he perdido mi identidad. Me adapté tanto a este mundo que ya no sé quién soy ni en quién creo”.


La historia de Ana no es única. Muchos hoy enfrentan el mismo conflicto: ¿cómo vivir una vida santa en medio de un mundo moralmente confundido?


Y es aquí donde entra Levítico 18, un capítulo que a primera vista parece solo una lista de prohibiciones sexuales… pero que, en el fondo, es una llamada urgente de Dios para su pueblo a vivir diferente, a reflejar su santidad en medio de un mundo quebrado. A continuación tres lecciones a la luz del capítulo:


1. Dios no nos llama a copiar la cultura, sino a reflejar su carácter. “No haréis como hacen en la tierra de Egipto, en la cual morasteis, ni haréis como hacen en la tierra de Canaán, a la cual yo os conduzco” (18:3). Israel salía de Egipto, una cultura cargada de idolatría y prácticas inmorales, y entraba a Canaán, un lugar aún más depravado. Dios les dice claramente: “No hagan lo que ellos hacen”. Hoy, el llamado es el mismo: no estamos llamados a imitar las modas del mundo, sino a modelar los valores del Reino de Dios. En un tiempo donde la identidad sexual y los valores familiares están en crisis, Dios sigue pidiendo un pueblo que viva con principios claros, no por legalismo, sino por amor y reverencia a su Creador.


2. La santidad comienza en lo íntimo. “Ninguno se acercará a parienta próxima alguna para descubrir su desnudez” (18:6). Este capítulo detalla relaciones prohibidas, pero lo hace por una razón profunda: la santidad no es solo exterior, sino también interior y relacional. Dios está interesado en nuestras relaciones familiares, en nuestra sexualidad, en lo que hacemos cuando nadie nos ve. La pureza no es solo evitar el pecado; es vivir con integridad en lo más íntimo de nuestro ser. Dios no nos pide esto para limitarnos, sino para protegernos de las consecuencias dolorosas del pecado y para enseñarnos a amar con pureza.

3. Vivir en santidad es una cuestión de pacto, no de preferencia. “Guardad, pues, mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos” (18:5). Dios no está negociando sus principios. Él dice: “Estas son mis reglas. Si las guardas, vivirás”. En otras palabras, la obediencia es el camino a la verdadera vida. No es cuestión de lo que me gusta o no me gusta, de si la sociedad lo aprueba o no. Es un asunto de pacto con Dios. Cuando eliges seguir a Cristo, eliges vivir de acuerdo con sus normas, no con las tuyas ni con las del mundo.


Levítico 18 no es solo un capítulo del pasado. Es una advertencia actual, pero también una invitación de amor. Dios te llama a vivir diferente, a reflejar su pureza en un mundo impuro.

No estás solo en esta lucha. Cristo no solo perdona tu pasado, sino que te da poder para vivir una vida nueva. Hoy, puedes decidir como la joven de nuestra historia, que al regresar a Cristo, encontró nuevamente su identidad y propósito. Porque cuando decides vivir para Dios, Él se encarga de restaurarte, sostenerte y guiarte.


Feliz día. 


Pr. Heyssen Cordero Maraví 


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CUANDO DIOS TE DECLARA LÍMPIO - LEVÍTICO 14



“Esta es la ley acerca de toda plaga de lepra y de tiña, y de la lepra del vestido, y de la casa, y acerca de la hinchazón, y de la erupción, y de la mancha blanca, para enseñar cuándo es inmundo, y cuándo limpio. Esta es la ley tocante a la lepra” (Levítico 14:54-57).


Miriam pasó muchos días encerrada en una pequeña habitación detrás de su casa. Fueron casi 43 días que estuvo aislada por el coronavirus, el Covid 19. Fue ella misma que decidió aislarse… era por amor. Miriam tenía una enfermedad contagiosa que estaba causando miles de muertes en todo el mundo. Y aunque físicamente estaba devastada, el mayor sufrimiento era el aislamiento emocional y espiritual.


Un día, después de mucho tratamiento, y al cabo de casi seis semanas, la prueba de COVID, arrojó negativo. Ella escuchó las palabras que tanto había esperado: “¡Estás sana!” La familia la abrazó, lloraron juntos y, al fin, pudo volver a la vida. Pero antes de eso… necesitó un acto simbólico que la ayudara a reconciliarse con su pasado: un letrero que decía: “Vencimos al COVID”.


Lo mismo pasaba con los leprosos en tiempos bíblicos. Y Levítico 14 nos enseña que no solo se trataba de curarse físicamente… sino de ser restaurado por completo ante Dios y la comunidad. Aquí tres lecciones espirituales:


1. La restauración comienza fuera del campamento. “El sacerdote saldrá fuera del campamento, y lo examinará; y si ve que está sana la llaga de la lepra…” (14:3). La purificación no comenzaba en el templo ni en el altar. Comenzaba fuera del campamento. El sacerdote tenía que ir al lugar donde estaba el leproso. El proceso de restauración no depende primero del pecador, sino del Dios que sale a buscarlo. Así actúa Jesús. Él no espera que estés limpio para recibirte. Sale a buscarte cuando aún estás quebrado, sucio, con la vida hecha pedazos. No te exige estar bien para amarte… te ama para restaurarte. Dios no está esperando en la iglesia a que vengas… está buscándote donde estás, para traerte de vuelta.


2. Dos aves, madera, escarlata e hisopo – símbolos de salvación. “Entonces mandará el sacerdote que se tomen para el que se purifica dos avecillas vivas… una será degollada… y la otra será soltada en el campo” (14:4-7). En este rito se usaban elementos muy simbólicos: dos aves (una muere, otra vuela libre), madera, escarlata (color de la sangre) e hisopo (instrumento de purificación). Todo esto apunta directamente a Cristo: (1) El ave que muere representa a Jesús, quien murió por nuestros pecados. (2) El ave que es soltada representa la nueva vida del que ha sido perdonado. (3) La madera y la sangre evocan la cruz. (4) El hisopo fue usado también para rociar la sangre del Cordero (Éxodo 12) y en la cruz (Juan 19:29). Ser perdonado no es un proceso psicológico, es un acto divino. Cristo murió para que tú vueles libre.


3. La purificación termina en el altar. “Y el que se purifica lavará sus vestidos, y raerá todo su pelo, y se lavará con agua… después tomará dos corderos sin defecto…” (14:8,10). Después de ser declarado limpio, el leproso no volvía directamente a la vida. Había una secuencia de pasos simbólicos: lavado, cambio de apariencia, y sobre todo, sacrificios ante el altar. La restauración no termina cuando Dios te sana. Termina cuando vuelves al altar, cuando tu vida es consagrada, cuando ya no vives para ti, sino para el que te dio una segunda oportunidad. Muchos quieren ser sanados, pero no todos quieren ser consagrados. Pero el verdadero perdón no solo limpia el pasado, redirecciona el futuro. Dios no solo quiere perdonarte… quiere usarte.


Miriam decía con lágrimas en los ojos: “No fue el alta médica lo que me hizo sentir viva otra vez… fue cuando pude abrazar a mi madre, volver a cantar en la iglesia, y sentirme útil otra vez.”


Levítico 14 no es un capítulo de rituales antiguos… es una declaración de esperanza. Dios no solo quiere limpiarte, quiere devolverte la vida. Hoy, puedes salir del aislamiento espiritual. Jesús fue “fuera del campamento” por ti (Hebreos 13:12). Murió para que vueles libre. Y te espera en el altar, no con juicio, sino con restauración.


Feliz día.


Pr. Heyssen Cordero Maraví 


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LA LEPRA DEL CORAZÓN - LEVÍTICO 13

Carlos era un hombre fuerte, trabajador, querido por su comunidad. Pero una mañana, mientras se afeitaba frente al espejo, notó una mancha blanca en su mejilla. Al principio pensó que era algo pasajero, tal vez una irritación. Pero con el paso de los días, no solo no desaparecía, sino que empezaron a salirle manchas similares en otras partes del cuerpo.


Preocupado, visitó al médico. El diagnóstico fue devastador: cáncer a la piel . No podía creerlo. En un abrir y cerrar de ojos, su vida cambió: gastó todos sus ahorros solo para ver con tristeza cómo se desmoronaba en cuestión de días lo que fue construido en años. ¿Qué hacer para curar una enfermedad incurable? ¿A dónde ir para encontrar sanidad de una enfermedad mortal?


Hoy por hoy, aún cuando la ciencia ha avanzado a pasos agigantados, tristemente no hay cura para el cáncer, pues es una enfermedad sin cura. Esta enfermedad era similar a la lepra de los tiempos bíblicos. Todo aquel que tenía lepra debía tener la seguridad de que se encontraba a una enfermedad sin cura. 


El capítulo de hoy, Levítico 13, nos presenta uno de los capítulos más detallados sobre cómo el pueblo de Israel debía identificar y tratar la lepra. Aunque el contexto es ceremonial y sanitario, hay profundas implicancias espirituales detrás de este procedimiento. A continuación, tres lecciones para nuestra vida hoy:


1. La lepra no siempre se nota al principio. “Cuando alguno tuviere en la piel de su cuerpo hinchazón, erupción o mancha blanca, y se convierta en llaga de lepra…” (13:2). La lepra podía empezar como una simple mancha, algo leve, casi imperceptible. Pero si no se trataba, avanzaba silenciosamente hasta consumir el cuerpo. Así es el pecado. Comienza como una pequeña indiferencia, una mentira piadosa, una mirada prohibida, una excusa en lugar de oración. No parece gran cosa… hasta que el alma comienza a endurecerse. Nadie se aleja de Dios de la noche a la mañana. Es una progresión silenciosa. Dios no quiere que vivamos ignorando nuestras heridas. Él nos ofrece su Palabra como un espejo que revela la enfermedad antes de que sea fatal.


2. Solo el sacerdote podía declarar impuro o puro. “Lo mirará el sacerdote, y lo declarará impuro” (13:3). El diagnóstico no quedaba en manos de la persona afectada. Tampoco podía un familiar o amigo tomar esa decisión. Era el sacerdote, el mediador entre Dios y el pueblo, quien examinaba cuidadosamente y daba el veredicto. Esto nos recuerda que no somos jueces de nuestra propia condición espiritual. A veces creemos estar bien solo porque no hacemos “cosas malas”. Pero Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, es quien puede ver lo más profundo del corazón. Cristo no solo nos examina, también nos ofrece su gracia. No para condenarnos, sino para restaurarnos. El que declara “impuro” es también el único que puede decir: “¡Eres limpio!” (cf. Lucas 5:13).


3. La impureza se aislaba para no contaminar a otros. “El leproso… habitará solo; fuera del campamento será su morada” (13:46). El aislamiento era duro, pero necesario. No era un castigo, sino una medida para proteger al resto del pueblo. El mal debía ser contenido, antes de propagarse. Hoy no vivimos bajo leyes ceremoniales, pero el principio es claro: el pecado sin tratar puede contaminar a otros. Palabras tóxicas, actitudes egoístas, orgullo sin corregir… todo eso se contagia. El leproso era aislado del campamento, pero no de Dios. Jesús fue el único que, en vez de alejarse del leproso, se acercó y lo tocó. Él quiere hacer lo mismo contigo. No importa cuán lejos hayas caído, su toque todavía tiene poder para sanar.


Carlos fue internado y recibió tratamiento. Años después, cuando fue dado de alta, se convirtió en voluntario en hospitales de enfermedades oncológicas. Decía: “Yo sé lo que es vivir con algo por dentro que te va matando… pero también sé lo que es ser tocado por el amor de Dios.”


Hoy, más que temerle a la lepra física o al cáncer, deberíamos temerle a una conciencia adormecida, a un corazón endurecido. Permite que Cristo, el verdadero Sacerdote, te examine hoy. Porque aunque vea tu pecado, no te rechazará. Te sanará.


Feliz día 


Pr. Heyssen Cordero Maraví 


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sábado, 26 de julio de 2025

¿POR QUÉ TENER UNA HIJA IMPLICABA EL DOBLE DE TIEMPO DE PURIFICACIÓN? - LEVÍTICO 12



“Cuando una mujer conciba y dé a luz…” (Levítico 12:2).

Hace poco, una hermana de iglesia me compartió emocionada que estaba esperando su tercer hijo. Pero en medio de su alegría, me dijo con cierta pena: “Pastor, mi esposo está algo desanimado… porque quería que esta vez fuera varón”. Me quedé en silencio unos segundos, y luego le respondí con una sonrisa: “Hermana, Dios no premia géneros, premia corazones”.
Vivimos en una cultura donde, lamentablemente, a veces se valora más el nacimiento de un hijo que el de una hija. Y cuando leemos Levítico 12, donde la purificación por dar a luz a una niña es el doble de tiempo que por un varón, surgen preguntas:
¿Dios valora más al varón que a la mujer? ¿Por qué esta diferencia?
La respuesta nos lleva más allá del texto y nos revela una verdad preciosa sobre el carácter de Dios y el gran conflicto.
1. Dios no discrimina por género, pero trabaja con una cultura rota. Levítico 12:2-5 nos muestra una ley ceremonial que indicaba distintos periodos de purificación según el sexo del bebé. Esto no era un juicio de valor sobre la criatura, sino una medida dentro de un sistema cultural patriarcal que Dios permitía, sin aprobar. Dios no creó la desigualdad de género, pero sí se movió dentro de una sociedad rota para guiarlos paso a paso hacia la restauración. Cristo mismo lo confirmó al dignificar a la mujer en cada acto, desde la samaritana hasta María Magdalena. Dios no se adapta al pecado, pero se revela dentro de sus límites para guiarnos hacia la redención.
2. La purificación apuntaba al Salvador, no al pecado de la mujer. El tiempo de espera para la purificación no era por pecado personal de la madre ni por culpa del bebé. Era un símbolo de lo que el pecado había hecho en este mundo: incluso el milagro de la vida estaba marcado por la necesidad de redención. Dar a luz a un hijo varón apuntaba al “varón prometido” en Génesis 3:15, el Mesías, la Simiente que vencería a la serpiente. Por eso, el tiempo era más corto: el nacimiento de un varón representaba esperanza mesiánica. Pero no porque las hijas fueran menos importantes. De hecho, sería una mujer quien daría a luz al Salvador. Cada purificación recordaba que todos, hombres y mujeres, necesitamos a Cristo para ser limpios.
3. Dios purifica lo impuro y redime lo desigual. La buena noticia es que Cristo vino para romper con toda barrera. “Ya no hay varón ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:28). Levítico 12 nos recuerda que la pureza no depende del género, ni de una ley ceremonial, sino de una relación con el Redentor. Hoy, gracias a Jesús, no necesitamos esperar 40 ni 80 días para ser aceptados ante Dios. Podemos ir a Él tal como somos. Donde hay desigualdad, Él establece dignidad. Donde hay impureza, Él ofrece gracia.
Si alguna vez te sentiste menospreciado por tu origen, tu género o tu historia… recuerda que en Cristo no hay segundas categorías.
Levítico 12 no es una ley obsoleta, sino una sombra que apuntaba a una cruz donde todos —varón o mujer— fuimos amados con el mismo precio: la sangre del Cordero.
Feliz día.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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¿PODEMOS PECAR SIN QUERER? - LEVÍTICO 4



“Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguna persona pecare por yerro en alguno de los mandamientos de Jehová sobre cosas que no se han de hacer, e hiciere alguna de ellas” (Levítico 4:2).

Hace algunos años, una hermana de iglesia me llamó angustiada. Había hecho un comentario sin mala intención sobre otra hermana, pero ese comentario, repetido fuera de contexto, causó un gran malentendido. Entre lágrimas me dijo: “Pastor, no fue a propósito… pero hice daño. ¿Dios me perdonará aunque no lo hice con mala intención?”
Su dolor me recordó una gran verdad espiritual: no todo pecado es intencional, pero todo pecado necesita redención. Y esto es precisamente lo que Dios nos enseña en Levítico 4, un capítulo que parece técnico, pero que está cargado de gracia:

1. Aun el pecado no intencional contamina y necesita expiación. “Si alguno pecare por hierro…” (v.2). La Biblia no excusa el pecado por ser accidental. El pecado, aunque no sea voluntario, rompe la comunión con Dios. Vivimos en una cultura que minimiza la culpa, que dice: “Si no fue con mala intención, no hay problema”. Pero Dios nos enseña lo contrario: el pecado, sea consciente o no, nos afecta espiritualmente y necesita ser tratado con seriedad.

2. Dios proveyó un sacrificio para cada clase de persona (v.3, 13, 22, 27). Levítico 4 describe cómo debían presentarse sacrificios según el estatus del pecador: sacerdote, líder, pueblo o ciudadano común. ¿Qué mensaje encierra esto? Que todos hemos pecado, sin excepción. Pero también que la gracia es personalizada. Dios no abandona a nadie. Él tiene un plan para restaurar al líder, al joven, al padre de familia, al pueblo entero.

3. El perdón de Dios se manifiesta cuando hay confesión y sangre derramada (v.20, 26, 31, 35). Cada vez que alguien ofrecía el sacrificio por el pecado no intencional, Dios decía: “Y le será perdonado”. ¡Qué esperanza maravillosa! El perdón no venía por ignorar el pecado, sino por enfrentarlo con humildad y fe en el sacrificio.

Hoy no llevamos animales al altar, pero sí traemos nuestros pecados al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y cuando confesamos, no hay duda ni demora: somos perdonados.
Querido hermano, Quizás has fallado sin querer. Tal vez tus palabras, tus decisiones, o tu silencio, lastimaron a alguien. No ignores esa carga. No trates de justificarte. Dios no espera perfección, pero sí sinceridad. Aun el pecado no intencional tiene solución… si es llevado al altar.
Feliz día.

Pr. Heyssen Cordero Maraví

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