La iglesia primitiva vivía con una expectativa diaria del retorno de Jesús, esto explica el porqué la gente vivía mirando a Jesús, y no a las cosas materiales. No obstante, la historia de Ananías y Safira se erige como una de las historias más tristes en el libro de Hechos, y probablemente del Nuevo Testamento. En esos días todos, en un solo sentimiento, pensamiento y acción, trabajaban juntos en pro de la predicación del evangelio, y aunque no salían a predicar a los cuatro vientos, en cambio sentaban las bases para los movimientos evangelísticos de Esteban, Felipe, Pedro, y posteriormente de Pablo, su equipo misionero y los demás discípulos dispersados por todo el Asia Menor, tal como registra Hechos 8. ¿Era normal que la gente venda sus bienes y los dé a la causa de Dios?
Lucas dice: “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hch. 2:44, 45). También Bernabé hizo algo parecido: “Entonces José, a quien los apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé (que traducido es, Hijo de consolación), levita, natural de Chipre, como tenía una heredad, la vendió y trajo el precio y lo puso a los pies de los apóstoles” (Hch. 4:36, 37). Esta era una forma de vida, pues creían que Jesús vendría pronto; sin embargo, nadie estaba obligado a vender sus propiedades y dar el dinero a la iglesia para la predicación del evangelio, este asunto era voluntario, como hasta hoy.
¿Por qué lo hicieron Ananías y Safira, si Dios no obligó a donar sus bienes? La respuesta puede estar en el hecho de que quizás estaban actuando en beneficio propio, tal vez incluso tratando de adquirir influencia entre los hermanos mediante lo que parecía ser un acto de caridad encomiable. Esta posibilidad puede ayudar a explicar por qué Dios los castigó con tanta dureza. El hecho de que no se mencione que Ananías tuvo la oportunidad de arrepentirse, como en el caso de Safira (Hech. 5:8), quizá solo se deba a la brevedad del relato. Jamás tratemos de “engañar” ni “tentar” a Dios, ¡cuidado!
Dios no castigó a Ananías y Safira por no haber dado todo el dinero de la propiedad sino porque ellos mintieron, es decir, aparentaban algo que no era. Eso es lo que Pablo quería que la iglesia de Gálatas también entienda: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7). Este caso es similar al pecado de Acán en el Antiguo Testamento, justo cuando el pueblo estaba conquistando territorio de manera extraordinaria, el pecado de Acán interrumpió el avance del pueblo de Dios. Cuando con querer burlarse del Señor.
Feliz día.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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