“Así dice el SEÑOR: «Se oye un grito en Ramá, lamentos y amargo llanto. Es Raquel, que llora por sus hijos y no quiere ser consolada; ¡sus hijos ya no existen!»” (Jeremías 31:15 NVI)
Hay eventos que te ponen triste, pero la muerte de un hijo debe ser devastador. “Debe ser” porque no lo sé, ayer me enteré que un amigo ya lo sabe. Me puse a ver las fotos de su hijo, y la mirada llena de vida de ese muchacho me puso triste, porque esa mirada se cerró y abrió la mayor herida que un padre puede experimentar: enterrar a un hijo.
Me puse a pensar en mi amigo, en su familia, en esos momentos trágicos y me acordé que yo también tengo hijos. Salté de mi silla y fui a la habitación de mi hijo mayor y el muchacho dormía. Me acerqué a él y pude sentir su respiración suave, y al tocar su mejilla, su rostro dibujó una leve sonrisa, me puse a llorar. Allí estaba mi hijo, vivo, sano y algunas preguntas me taladraron la mente: “¿Cómo lo haz tratado hoy?, ¿pasaste tiempo con él?, ¿te acercaste a saber sus sentimientos o solo a reclamarle lo que hizo mal?, ¿te has olvidado que ya es un jovencito y qué él necesita un amigo en quién confiar?, ¿eres el padre que él necesita?, ¿vas a reaccionar cuando se vaya de la casa o cuando suceda alguna desgracia?”, estaba aturdido. De repente, observé bien, y allí cerca dormía el otro muchachito, muy singular, abrazado a un viejo muñeco navideño de brazos largos, las preguntas y reflexiones se hicieron más intensas: “¿Por qué abraza a ese muñeco de trapo?, ¡quizás andas tan apurado que no te detienes a abrazarlo y recordarle cuanto lo amas!, ¿acaso no recuerdas que a él le encanta hablar, y muchas veces lo haz cortado con un ʻmi hijo después me cuentasʼ, ¡y ese ʻdespuésʼ nunca llega. ¿No te has dado cuenta que siempre se acerca y te dice ʻpapito tengo algo que contarte, pero lo haré después porque sé que estás ocupadoʼ? ¡Oh Señor! Ese muchacho es más sabio que yo”. Por segundos reaccioné porque al lado duerme una nena, que es la menor de los tres hijos que tengo. Y de un salto estaba al lado de ella, y al verla allí, durmiendo plácidamente, abrigadita y bella, le dije, como siempre le digo: “palomita preciosa”, pero, “¿es preciosa de verdad?, porque lo precioso se cuida, se trata con delicadeza, se guarda en el mejor rincón. ¿Te diste cuenta que una nena?, es especial, dócil y necesita ser tratada de una forma distinta, ¿acaso te va pedir que juegues con ella con una pelota de fútbol o con carritos?” ella quiere jugar a la cocinita y que peines a sus muñecas”. Ya no podía con todas mis reflexiones, sentía un peso tan grande.
El profeta Jeremías exclamó: “Así dice el SEÑOR: «Se oye un grito en Ramá, lamentos y amargo llanto. Es Raquel, que llora por sus hijos y no quiere ser consolada; ¡sus hijos ya no existen!»”, profetizando el llanto desesperado de las mujeres judías, cuando los soldados romanos, por orden de Herodes, arrebataban a sus pequeños hijos para darles muerte. Este gobernante quería matar al Mesías nacido, al futuro Rey de Israel, como le comentaron unos sabios que llegaron a Jerusalén
procedentes del Oriente.[1] Esas mujeres perdieron a sus hijos, no pudieron evitar sus muertes.
Y esa es la verdad, esas pobres mujeres no pudieron con la fuerza de esos soldados, ni pudieron evitar salvar a sus hijos de la muerte. Sin embargo, allí frente a mis hijos, entendí que no puedo evitar que mueran, pero si puedo aprovechar el tiempo que los tengo. Puedo hacer que se sientan amados e importantes, puedo parar mis actividades porque sus actividades también son importantes, puedo ser el amigo que mis hijos necesitan, el sacerdote que guíe sus vidas. Puedo entender que quieren jugar a la pelota conmigo y que la nena quiere que me siente en su mesita y que haga voces con sus muñecos y que juegue al restaurant. No puedo parar el tiempo, ni las despedidas, pero si puedo abrazarlos ahora y recordarles que los amo.
Los hijos necesitan de sus padres, y ellos deben entender que el tiempo con sus hijos, es lo que marcará sus vidas más que cualquier regalo. White decía que “no hay cometido mayor que el que ha sido confiado a los padres en lo que se refiere al cuidado y la educación de sus hijos. Los padres echan los fundamentos mismos de los hábitos y del carácter. Su ejemplo y enseñanza son lo que decide mayormente la vida futura de sus hijos”,[2]y para que esto sea una realidad se requiere tiempo.
Mi amigo (a) si eres padre (madre), que privilegio y responsabilidad haz adquirido, pero no te conviertas en un padre (madre) que llore desconsoladamente frente a una muerte que no puede evitar, si haz de llorar hazlo ahora, pero llora porque estás dejando pasar el tiempo, o porque todo es más importante en tu agenda y no hay espacio para tus hijos. Llora si piensas que dándole la ropa o lo que te piden, es suficiente; llora si eres capaz de sonreír y consolar a todo el mundo, pero tus chicos viven pensando que ya llegará el día cuando le cumplas la promesa que siempre le dices: “después lo haremos”.
Deseo que el Señor de consuelo aquellos padres que han perdido a un hijo, pero deseo aún más, para aquellos que tienen a sus hijos vivos, que hoy comiencen a recuperar el tiempo, que paren un momento, que tomen la pelota, la muñeca o la guitarra y sean parte de su mundo. Un momento con tus hijos, será para ellos una eternidad.
Pr. Joe Saavedra
Desde la línea de batalla y un poquito antes del retorno de Cristo…
Ubícame en la página web: www.poder1844.org
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