“He invócame en el día de la angustia, te libraré y tú me honrarás” (Sal 50:15)
Cuando era estudiante de Teología, para ayudarme a solventar mis estudios, solía vender en mi tiempo libre productos Unión (panes, galletas integrales, etc.) Esta vez viajé a la ciudad del Alto, Talara en la zona norte del Perú. Todo iba bien, los productos se terminaron rápido. Cierto día, cuando estaba realizando la cobranza de los productos que había dejado a crédito, noté que el dinero que me pagaban, que era en monedas sueltas, aumentaba y se podían notar en mi mochila… En mis oídos escuché una voz que me decía persistentemente: “cambia las monedas en billetes”. Fui a una tienda y realicé el cambio de todas las monedas que me habían pagado. Pasaría aproximadamente media hora después de esto cuando, mientras caminaba ya de regreso, apareció un grupo de delincuentes que sacando sus afiliados cuchillos, me sostuvieron por los brazos y me pusieron el cuchillo en el cuello, yo sentía como el cuchillo empezó a hundirse en mi cuello. La sangre comenzó a surgir mientras se oían voces insolentes, amedrentadoras que me decían: “entrega todo el dinero sino te mataremos”. Todo fue muy rápido. En mi angustia clamé al Señor:“Por favor, líbrame”, mientras era despojado de todo lo que llevaba. Cuando menos se esperaba se oyó un disparo y una voz que decía “deja al muchacho”. Los maleantes corrieron despavoridos por diferentes direcciones. Yo estaba en shock, no entendía por qué me había pasado esto. Temeroso llegué a mi habitación, derrame mis lágrimas junto a mi cama, diciendo: “Señor ¿Por qué no me ayudaste? ¿Por qué permitiste que se llevarán todo mi dinero? Esa noche no pude dormir… Al día siguiente mientras pasaba por un puesto de periódicos, el titular de un diario me llamó la atención, se podía leer con letras muy grandes: “Joven fue asaltado, le quitaron la vida por robarle una sola moneda”… “¿Qué? ¾me dije a mí mismo¾ yo he sido asalto y por la gracia de Dios estoy con vida y me he pasado toda la noche interrogando a Dios”. Regresé corriendo a mi habitación, me postré y lloré pidiéndole perdón a Dios por mi actitud. Una paz inundó todo mi ser, la alegría nuevamente vino a mi corazón, el desánimo había desaparecido. Me levanté decidido a reanudar mi trabajo, busqué la libreta de apuntes y mientras revisaba las hojas, varios billetes cayeron al suelo; allí, oculto, estaba todo el dinero que había cambiado, ¡no se lo habían llevado!
El texto bíblico que dice “He invócame en el día de la angustia, te libraré y tú me honrarás” (Sal 50:15), ha sido y sigue siendo una fortaleza de esperanza para mi vida. Tal vez usted se encuentre atravesando alguna prueba: ¿está rodeado de algún peligro?, o ¿le aqueja una enfermedad que no se puede curar?, ¿algún problema económico?, ¿alguna crisis en el trabajo?, o quizás, ¿ha intentado de todo y, aparentemente, siente que Dios no lo oye? Esta es una oportunidad para clamar a Dios y pedirle de corazón que nos libre de la angustia. Estoy seguro que Dios responde mucho más de lo que podemos imaginar. Nunca supe quién fue el que hizo el disparo al aire y gritó a los ladrones que me dejarán; pero lo que sé, es que fue la intervención de nuestro Señor.
Dios nunca nos dejará; por más que pasemos por adversidades siempre estará a nuestro lado para librarnos y socorrernos. Que al empezar este día, toda nuestra confianza esté puesta en Jesús con la certeza de caminar juntos como lo hizo Enoc hasta el día cuando seamos llevados al cielo.
Pr. Abel Castillo Saucedo
Secretario Ministerial
Misión Peruana del Norte
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