jueves, 11 de abril de 2024

CADA UNO ES RESPONSABLE DE SUS ACTOS - EZEQUIEL 18


Los israelitas exiliados en Babilonia, al ver las calamidades que les había tocado vivir en tierras extranjeras se preguntaban constantemente, ¿qué habían hecho para merecer esta triste situación? ¿eran acaso los culpables de los pecados de sus padres? (Jer. 31:29,30; Lam. 5:7). ¿Ellos eran las víctimas de las decisiones erróneas de sus padres y ahora sufrían las consecuencias de sus pecados? Pues Dios, a través de Ezequiel declara: “¿Qué pensáis vosotros, los que usáis este refrán sobre la tierra de Israel, que dice: Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera? Vivo yo, dice Jehová el Señor, que nunca más tendréis por qué usar este refrán en Israel” (Ezequiel 18:2,3), con esto deja en claro que los judíos estaban equivocados. 


Dios no “castiga por los pecados de los padres o los ancestros”, y les demostraría que cada uno es responsable de sus pecados, con la siguiente declaración: “He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4). LA PAGA DEL PECADO ES MUERTE, y esta paga es personal, no se hereda. Tú y yo somos responsables de nuestros actos, de nuestras decisiones. Cada día escogemos o tomamos decisiones de vida o de muerte (Deuteronomio 30:19). Dios siempre nos dijo que hay consecuencias para nuestras decisiones, y nos pide escoger el camino de la vida que lleva a buen puerto.

Se pueden destacar muchos errores de los judíos exiliados, problemas éticos y morales muy lejanos a la voluntad divina. Sin embargo, Dios por boca de Ezequiel expone las características que cumple aquel que con empeño y fidelidad es temeroso de Dios y de su Ley (Mt. 25:35-40). 

Esta es la clase de vida que Dios aprecia como una existencia sabia, santa y saludable:
1. Justicia y rectitud (v.5). 
2. Fidelidad a Dios (v. 6a).
3. Pureza sexual (v.6b).
4. Honestidad e integridad con el prójimo (v. 7). 
5. Intachable en su ética financiera y en la administración de justicia (v. 8 ).
6. Aborrece la mentira y el crimen (v.8b).
7. Obediencia inquebrantable (v. 9).

Imagino a los judíos escuchando (así como tú y yo leyendo ahora) las características de aquellos que obran bien, y comprándose ellos mismos con lo que vivían. ¡Qué tal contraste! A veces creemos que estamos viviendo bien y en el camino correcto porque vamos a la iglesia semanalmente, o nos conectamos por zoom y leemos un poco la Biblia. Quizás porque dejamos a medias nuestros diezmos y ofrendas y por ahí posteamos de vez en cuando algunos versos en nuestro muro de Facebook para sentirnos que estamos predicando el evangelio. ¿Sentimos que por hacer algunas cositas ya estamos limpios y listos para la vida eterna? 

Dicen que jamás podremos cambiar si antes no aceptamos que necesitamos un cambio. Ese es el primer paso para que Dios pueda obrar en nosotros. Necesitamos reconocer que estamos mal y que Dios puede ayudarnos. De otro modo vamos a culpar a las circunstancias, a la falta de empleo, a nuestra “suerte” o falta de oportunidades. Y tristemente algunos, como los judíos a sus padres”, para así sentirse mejor.

Pero era así, LOS JUDÍOS SUFRÍAN LAS CONSECUENCIAS DE SUS MISMOS ACTOS, sus decisiones. Así de simple y sencillo. Dios pone como ejemplo a un padre íntegro que tiene un hijo malvado y desobediente: idolatría, lascivia, violencia, deshonra, soberbia, fraude, latrocinio e inmoralidad (Ezequiel 18:10-20). Es todo lo contrario a su padre. ¿Acaso por la justicia obrada por el progenitor, el hijo recibirá recompensa? ¡Por cierto que no! La culpa y la condena son el producto de su disipada vida y de sus malas elecciones.

Así, Dios se presenta como lo que es y siempre fue: EL DIOS DE LAS SEGUNDAS OPORTUNIDADES (Ezequiel 18: 21-24). El anhelo de Dios es que todas sus criaturas puedan gustar de su salvación, amor y justicia. Dios no es un tirano que se alegra de nuestros resbalones y tropiezos, no sonríe jocósamente cada vez que damos traspiés en nuestros vanos intentos de merecer la redención. Dios no se regocija con la muerte de cualquiera de sus criaturas, no es un Dios verdugo al que le gusta el sabor de la sangre (2 P. 3:9). Es por ello que brinda una y otra vez en su sabia paciencia la oportunidad de elegir el bien y la santidad, la justicia y su amor. ¿Amén?

Ezequiel finaliza diciendo: “Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis” (Ezequiel 18:25-32). ¿Habría otra mejor forma de terminar este capítulo? ¡De ninguna manera! ¿Qué debo hacer? Echa de tu vida toda transgresión y pide un corazón nuevo a Dios. Dios no quiere que mueras, porque Él te ama como no te imaginas.

¡Hoy es nuevo día! Te preguntas ¿por qué las cosas no te salen bien? Analiza tu vida. Contrasta tu vida con el capítulo de hoy y pregúntate en qué debes cambiar y busca ayuda en Dios. No hay otro modo. Es hoy, es hoy...

¡Feliz día !

Pr. Heyssen Cordero Maraví 


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