Mientras que los capítulos anteriores nos hablaron sobre los sacrificios que debían presentar los israelitas, personas de a pie, en este capítulo, se refiere a los sacrificios que debían presentar los sacerdotes, los mediadores entre el pueblo y Dios. ¿Había alguna diferencia entre los sacrificios de ambos grupos? Básicamente era lo mismo, sin embargo, podemos notar que había un cuidado más especial en los ministros y su ministerio.
Los detalles son impresionantes y tienen como objetivo mostrar que (1) no debemos tratar como común las cosas que son santas, y (2) debemos respetar todo lo que es sagrado.
Con todas estas informaciones, uno podría preguntarse, ¿es necesario todo esto? ¿para qué dejó Dios registrado todos estos detalles si ya no tienen vigencia en este tiempo? Y al igual que tú, muy probablemente, pude verlo en el contexto de Cristo como el sacerdote perfecto. Los sacerdotes levíticos tenían purificarse, y presentarse intachables ante Dios, y para ello tenían que sacrificar animales y ofrendas de flor de harina. Casi todo lo que vimos en los capítulos anteriores de Levítico tenían que hacer los sacerdotes, pero esta vez, por ellos mismos. Lo que revela que el ministerio sacerdotal terrenal era limitado, pues los sacerdotes necesitan de un sacerdote perfecto. En cambio, el ministerio sacerdotal de Cristo era perfecto:
“Así pues, Jesús es precisamente el Sumo sacerdote que necesitábamos. Él es santo, sin maldad y sin mancha, apartado de los pecadores y puesto más alto que el cielo. No es como los otros sumos sacerdotes, que tienen que matar animales y ofrecerlos cada día en sacrificio, primero por sus propios pecados y luego por los pecados del pueblo. Por el contrario, Jesús ofreció el sacrificio una sola vez y para siempre, cuando se ofreció a sí mismo. La ley de Moisés nombra como Sumos sacerdotes a hombres imperfectos; pero el juramento de Dios, que fue hecho después de la ley, nombra sumo sacerdote a su Hijo, quien ha sido hecho perfecto para siempre” (Hebreos 7:26-28).
Hoy es un nuevo día para agradecer a Dios por que en Cristo Jesús tenemos un sacerdote perfecto, que nos entiende, ama y puede salvarlos. Acerquémonos confiadamente a sus brazos de amor, teniendo en cuenta de que Jesús es nuestro sacerdote completo, y perfecto.
Feliz día.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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