Todas los descendientes de Leví eran dedicados al servicio de Dios. No obstante, solo los hijos y descendientes de Aarón podían ser sacerdotes. Este era un gran privilegio que, como todo, demandaba una gran responsabilidad. En el capítulo 8 y 9 de Levítico se describe cómo fue su ordenación o dedicación exclusiva al ministerio sacerdotal:
1. Tenían que ser lavados por agua (v.6).
2. Tenían vestiduras especiales (v.7-9).
3. Tenían que ser ungidos con aceite (v.12).
4. Tenían que hacer sacrificios por ellos mismos (v.14-22).
Todos estos detalles, por minúsculos e insignificantes que puedan parecer, solo revelan la santidad que demandaba este llamado o separación al Santo ministerio. El sacerdote no era santo solo por el hecho de haber sido llamado, por su linaje, por su apellido o por el cargo, sino que cada día debía:
1. Ser lavado en la sangre de Cristo.
2. Ser vestido de la justicia de Cristo.
3. Ser ungido por el Espíritu Santo.
4. Ser aceptado ante el Padre por Cristo.
No es que un día quiero ser Santo y solo basta mi decisión. La santidad proviene de Dios a través de los cuatro elementos presentados. El cristianismo o la vida de fe que somos llamados a vivir no depende, a penas, de nuestras decisiones sino de Cristo. Es Cristo quien nos ayuda y nos hace aptos para su obra sagrada.
Considerando las numerosas listas detalladas de Levítico, esa fue una gran hazaña. Imagina a los hijos de Aarón, Sabían lo que Dios quería, cómo lo quería y con qué actitud se debía llevar a cabo. También nosotros debemos obedecer a Dios de esta manera. Dios quiere que seamos un pueblo profundamente santo, no una burda aproximación a la forma en que sus seguidores deberían ser.
Según Pedro, ahora todos podemos ser sacerdotes. Somos real sacerdocio, nación santa (1 Pedro 2:9), sin embargo, los mismos requerimientos espirituales que se demandó de los levitas, también se nos demanda. Que podamos tener bien claro que somos nación santa. Dios es Santo, y espera hijos santos, no que no pequen sino que sean exclusivos, apartados, separados para Dios. Somos santos por la sangre de Cristo, por la justicia de Cristo, por el Espíritu Santo… por los méritos de Cristo.
Feliz día.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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