Solo hay dos maneras de reaccionar ante el evangelio de Cristo, ante la Palabra de Dios. Aceptando o rechazando, no hay punto medio. Sí o no. El mensaje predicado por Esteban fue contundente, bíblico y decisivo. El sermón extraordinario, en donde narraba todo el plan de Dios para con su pueblo, exigía solo una respuesta. Dios esperaba una respuesta positiva, pero tristemente los judíos, respondieron negativamente:
“Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él” (v.54).
Todas las personas tienen derecho de salvarse, y de perderse. Ese es el libre albedrío que Dios ha otorgado a sus hijos. Los judíos, llenos de odio, de celo religioso y hasta patriótico, reaccionaron con furia al mensaje de Esteban. Ellos no analizaron el mensaje, no meditaron en la Palabra de Dios sino que se dejaron llevar por su rabia, por su cólera y trágicamente, decidieron matar a pedradas a Esteban.
Lo que los religiosos judíos hicieron no era nuevo, sus ancestros habían matado a los profetas, por eso desde Malaquías, no hubo profeta por 400 años aproximadamente en Israel, por su rebeldía y rechazo a los mensajes de Dios. Ahora, como sus abuelos, bisabuelos, y tatarabuelos apedrearon a Esteban (v.57-59). Triste, pero real, el mismo pecado de sus antepasados se repetía ahora con el pobre Esteban, que dijo:
“ Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió” (v.60).
Las palabras de Esteban son inexplicables y llenas de amor. Gran lección para los predicadores de todos los tiempos, pues no siempre seremos elogiados por nuestros mensajes, a veces seremos criticados y hasta lapidados, pero si hemos predicado un mensaje de Dios, basados en un “Escrito Está”, jamás debemos dudar de que Dios aprueba nuestro mensaje.
¿Qué harás con la Palabra de Dios? ¿Aceptarás tu error e irás a Jesús en arrepentimiento o simplemente “descalificarás” al predicador y hasta lo rechazarás? Recuerda que no es el mensajero, es el mensaje. ¡Cuidado! Pues el mensaje no es de hombre, es de Dios.
Feliz día.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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