viernes, 29 de marzo de 2024

EL ATALAYA PREDICA, EL ESPÍRITU CONVENCE - EZEQUIEL 3



¿Quién tiene la culpa? Hay una calle peligrosa donde hay ladrones que asaltan, golpean y roban. Tú conoces esa calle y sabes de esos peligros. Se presentan tres casos imaginarios:


Caso 1: Viene una persona, de los más normal y cuando está a punto de ingresar por esa calle peligrosa, tú le dices: “No vayas por ahí”, y le cuentas las razones del porqué no debe ir por ese camino. La persona HACE CASO A TU CONSEJO, no va por ese camino porque cree en tu mensaje y te dice: “Gracias por avisarme”. La persona va por otro camino y no le pasa nada. 


Caso 2: Viene otra persona de lo más normal, y cuando está a punto de ingresar por esa calle peligrosa, TÚ NO LE AVISAS de los peligros de calle, y no le dices nada por hallarte durmiendo o distraído con tus cosas. La persona pasa por ese lugar, los asaltantes lo golpean y le roban.


Caso 3: Viene una tercera persona de lo más normal y cuando está a punto de ingresar por esa calle peligrosa, tú le dices: “No vayas por ahí”, y le cuentas las razones del porqué no debe ir por ese camino. La persona ignora tu consejo y haciendo alarde de su experiencia y su fuerza te dice: “No me va a pasar nada”. Finalmente pasa por ese lugar y los ladrones le asaltan, le golpean y le roban. 


¿Quién tiene la culpa? 

El primer caso es ideal. El atalaya anunció el peligro y la persona hizo caso. Por lo tanto, no pasó nada malo. En el segundo caso, la culpa es del atalaya porque no le avisó de los peligros y la persona fue asaltada. Y en el tercer caso, el culpable no es el atalaya sino la persona porque el atalaya anunció, solo que la persona hizo caso omiso.


El capítulo 3 de Ezequiel destaca entre varias lecciones el papel de un profeta como atalaya. ¿Quién es un atalaya? “Es un hombre destinado a registrar desde la atalaya (Cualquier posición - Torre/Vigía de una fortaleza - elevada desde donde se puede vigilar lo que ocurre) y avisar de lo que descubre”. Un atalaya anunciaba los peligros que asechaban a su ciudad o reino. Podían ver los peligros fuera de sus murallas y cuando avizoraban los peligros gritaban a voz en cuello o con trompetas para llamar la atención, de modo que el pueblo y ejército se preparara para una batalla o ataque.


En este capítulo podemos destacar tres lecciones:


1. UN ATALAYA “COME DEL LIBRO”. Un atalaya anuncia los peligros que han de acontecer. Y lo interesante de este asunto es que esos peligros están escritos en la Biblia en la actualidad. Por ello el texto dice: “come lo que hallas; come este rollo, y ve y habla” (v.1). No podemos ser atalayas de nuestras propias opiniones y creencias. No diremos “yo opino”, “yo creo”, “yo pienso”, sino ASÍ DICE JEHOVÁ. La palabra de Dios debe ser levantaba para anunciar lo que acontecerá. Por eso debemos “COMER”, alimentarnos de la Biblia.


2. UN ATALAYA ES GUIADO POR EL ESPÍRITU SANTO. Es interesante notar que Ezequiel destaca una labor activa del Espíritu Santo. Y es que una vez más debemos entender o recordar que la tarea evangelística es una labor espiritual y por lo tanto debemos depender completamente del Espíritu Santo. El texto dice: “Y me levantó el Espíritu (vrs. 12, 14). No pretendamos vivir una vida poderosa como evangelistas ni atalayas sin la dependencia del Espíritu Santo.


3. UN ATALAYA ANUNCIA, NO CONVENCE. Del verso 16 al 21, podemos notar con claridad que la labor del atalaya no es convencer. SINO ANUNCIAR. Un Evangelista no debe estresarse en la conversión de las personas. Debemos apasionarnos en anunciar, predicar, evangelizar, pero la CONVERSIÓN es un tarea del Espíritu Santo. Solo debemos cumplir nuestra parte fielmente. Nada más y nada menos. Porque las personas tienen derecho a salvarse, pero también tienen derecho a perderse. Por lo tanto, de ahí la gran dependencia que necesitamos del Espíritu Santo.


¡Hoy es un nuevo día! Dios nos ha llamado como atalayas, como evangelistas. Que podamos “comer” de la Biblia, depender y ser guiados por el Espíritu Santo y entender que la obra de la conversión le corresponde a Dios, nosotros somos instrumentos.


¡Que Dios te bendiga!


Pr. Heyssen Cordero Maraví 


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