El ser humano es, por naturaleza, inclinado a gloriarse de sus logros, de sus victorias y de las cosas positivas que ha conseguido en la vida. Tenemos una sed por la victoria. Nadie quiere perder. Casi nadie recuerda al segundo puesto o tercero de un campeonato. Mucho menos al cuarto o al quinto. Todo quieren ser el primer puesto, la copa o medalla de oro. Sin embargo, en asuntos espirituales, como hijos de Dios, como cristianos, ¿cuál debiera ser nuestra actitud?
Pablo dice: “Mas el que se gloría, gloríese en el Señor; porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba” (2 Corintios 10:17, 18).
¿Qué estaba pasando en la iglesia de Corinto? Lo de siempre, algunos creían que Pablo no merecería ser llamado un apóstol, por no tener las “credenciales” que los discípulos que caminaron con Jesús, físicamente, tenían. Algunos hermanos de Corinto, muy probablemente, siempre argumentaban eso. Por otro lado, también es probablemente que Pablo en su afán de mostrar sus credenciales y de probarlos con hechos, que era un apóstol de Jesús, haya parecido un hombre “petulante”, “orgulloso”, “soberbio”, y demás.
Pablo, no quiere que la gente mal entienda su actitud. Por eso, desde el primer versículo se presente con mansedumbre y humildad: “Yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo, yo que estando presente ciertamente soy humilde entre vosotros, mas ausente soy osado para con vosotros” (v.1).
Por otro lado, también había entre los cristianos de Corinto, habían quienes hacían alarde de sus conocimientos y de sus maestros. Algunos decían, yo soy de Apolos, de Pedro, etc. Estos detalles revelan que habían competencia y vanagloria de quien era su maestro, y así menospreciaban a los que no eran de su “nivel”. Esto sigue siendo una realidad en no pocas iglesias. Siempre hay personas que se glorían, de su iglesia, de su distrito, de su pastor, de su misma vida como adventistas. De lo que comen y no comen, de lo que saben y pueden enseñar. Es triste, pero real.
El apóstol Pablo quiere desterrar de nuestra fe todo orgullo y auto adulación. Y si por ahí, dio esa imagen (por su propio carácter), dirá: “Mas el que se gloría, gloríese en el Señor; porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba” (2 Corintios 10:17, 18).
Al utilizar esta cita de Jeremías 9:24, Pablo reprende a los corintios cristianos que encontraban su gloria en Pablo o en contra de Pablo. Pablo barre con todo eso, mostrando que no debemos de gloriarnos en nosotros mismos, ni en otros, ni en contra de otros; solamente debemos de gloriarnos en el Señor.
Quizás Pablo quería empujar sus mentes para que recordaran el contexto de esta cita de Jeremías: «Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová» (Jeremías 9:23-24). Los corintios cristianos eran de los que se gloriaban en la sabiduría, en el poder, y en las riquezas, en lugar de gloriarse en el Señor.
Lo grandioso de gloriarnos en el Señor es que siempre podemos hacerlo. Nadie es tan alto para que no pueda gloriarse en el Señor; ni nadie es tan bajo para que no pueda gloriarse en el Señor. ¡Todos podemos gloriarnos en el Señor! Porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba: No importa el cómo testifiques sobre tus propios logros. Se trata de lo que Dios dice sobre nosotros, que es lo que importa y lo que perdurará. Pablo quería el respeto de los corintios cristianos, pero lo quería por el bien de ellos, no por el de él. Él sabía que ellos estaban dañando su propio crecimiento espiritual y su madurez al rechazarlo. Pero para sí mismo, Pablo estaba satisfecho con la aprobación que venía del Señor. Este es el lugar al que cada cristiano, y especialmente cada persona en el ministerio, deben de llegar. Es algo peligroso alabarse uno mismo.
Que Dios te bendiga en gran manera.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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