“Y el que fuere inmundo, y no se purificare, la tal persona será cortada de entre la congregación, por cuanto contaminó el tabernáculo de Jehová; no fue rociada sobre él el agua de la purificación; es inmundo” (Números 19:20).
La palabra purificación era una constante necesidad en la vida de los israelitas. Debe entenderse que ellos vivían en el desierto, un lugar donde el agua no era abundante. Además, con tantos sacrificios y derramamiento de sangre en el tabernáculo, y los desechos ocasionados por la misma población que superaban los dos millones, el sistema sanitario, la “baja policía”, y la prevención de enfermedades contagiosas debía ser tomado muy en serio.
Por lo tanto, aunque la purificación tenía, en primer lugar, implicancias espirituales y salvíficas, en la vida de los sacerdotes (tal como el capítulo presenta, el sacerdote que ofrece sacrificio de una vaca, así como el que quema, quedaban contaminados y por lo tanto debían purificarse con agua), y población en general; debe entenderse que también que, en segundo lugar, la purificación tenía implicancias de salubridad. Ese era el segundo propósito, y esto se puede evidenciar cuando alguien se enfermaba de lepra, sarna, flujo de sangre, y más aún si tocaban un cadaver de animal o persona. Si esto acontecía, debían purificarse y aislarse para evitar contagiar la enfermedad que dejó el cadaver.
Solo necesitamos un poco de imaginación para comprender cuán necesaria era la purificación de toda la población.
Solo por dato histórico que ayuda a entender un poco la situación. En los tiempos de Jesús, Flavio Josefo (historiador judío) narra que los israelitas hicieron una revuelta porque Poncio Pilato había autorizado el uso del tesoro del templo para construir un sistema acueducto del templo de Jerusalén, a las afueras de la ciudad. Según se argumentaba, el templo grande y pomposo, no tenía un sistema de desagüe y eso ocasionaba que olores fétidos se concentren y se convierta en un foco infeccioso. Como los responsables eran los sacerdotes, el gasto debían cobrárseles y así lo hizo Pilato. Los sacerdotes reclamaron, y dijeron que el dinero del templo no debe ser usado en gastos de ese tipo.
Con todo lo que leímos hoy, podemos ver por lo menos tres lecciones:
1. El pecado contamina. Es necesaria el agua de vida que es Cristo para limpiarnos.
2. El agua que limpia y purifica, también sacia la sed para no volver a tener sed jamás.
3. Jesús nos limpia: de impurezas, inmundicias, contaminación, enfermedades, y de pecado.
El pastor Marcos Souza, uno de mis twitteros adventistas favoritos, escribió: “Beber agua del filtro evita que tenga cálculos renales. Degustar el Agua de la Vida te impide tener un corazón de piedra”. ¿Amén?
Que tengas un feliz día.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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