“Ninguna cosa en que haya defecto ofreceréis, porque no será acepto por vosotros” (Levítico 22:20).
Dios demandaba una vida física y moralmente perfecta de Aarón y su descendencia porque ellos representaban a Cristo, como el mejor y mayor sumo sacerdote. Estos detalles lo vimos en los capítulos anteriores. Sin embargo, la lectura de hoy hace hincapié en algunos detalles de pureza que tenían que ver con su salud (v.3, 4), asuntos externos que podían contaminarlos (v.5-9), y finalmente, el papel de la familia en temas de ministerio de los sacerdotes (v.10-16). Lo mismo, también se le pedía a todo el pueblo, sin embargo, a ellos con algunas especificaciones y ampliaciones más.
Y es que debemos recordar que los ministros son seres humanos, pero seres humanos que cumplen una labor especial, y eso los hace especiales. Ellos no pueden hacer todo lo que los demás hacen, porque son ministros de Dios. Hay cosas que no son “tan malas”, y que la iglesia o congregación puede hacerlo, pero en ministros eso no está bien visto, porque justamente un día ellos fueron apartados para servir a Dios. Los primeros 16 versículos tienen el objetivo de ampliar detalles del ministerio sacerdotal en el santuario.
En la segunda parte del capítulo 22, Dios ahora se enfoca en la ofrenda. Si ayer se pedía que los sacerdotes fueran perfectos. El capítulo de hoy demanda que las ofrendas sean perfectas. El texto dice: “para que sea aceptado, ofreceréis macho sin defecto de entre el ganado vacuno, de entre los corderos, o de entre las cabras” (Levítico 22:19). Claramente el texto indica que si no fuera una ofrenda “perfecta” no será aceptado por Dios. Y la pregunta natural que surge es, ¿por qué? La respuesta es simple. Todas las ofrendas, de todo tipo debían ser perfectas, sin manchas ni defectos porque representaban a Cristo (Juan 1:29), el cordero de Dios. Por eso Pablo dice claramente que Cristo es el sacrifico (ofrenda) del santuario celestial:
“Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:11-14).
Cristo es esa ofrenda perfecta única. Por eso debía ser perfecto, sin mancha y sin defecto.
Hoy, ya no se hacen sacrificios ni ofrendas en el santuario terrenal. No. Sin embargo, cada día somos una ofrenda viva (Romanos 12:1), y debemos presentarnos como tal ante Dios. Ciertamente esto no es fácil y es casi un imposible, pero en Cristo, con Cristo y por Cristo podemos ser ofrendas gratas (Juan 15:5). Finalmente, esto también se puede aplicar a nuestras ofrendas, a esas que llevamos al alfolí cada sábado o reunión a culto, debe ser sistemática: periódica, proporcional y porcentual.
Que Dios te bendiga.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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