Dios nunca exigió o demandó que se hagan votos o juramentos. Fueron los seres humanos que, movidos por razones varias, hicieron votos o juramentos con cosas, casas, animales, incluso con algún miembro de su familia como fue el caso de Ana con Samuel, y Jefté con su hija. Por el contrario, Dios dijo en su palabra que no prometamos lo que no vamos a cumplir:
“Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas. No dejes que tu boca te haga pecar, ni digas delante del ángel, que fue ignorancia. ¿Por qué harás que Dios se enoje a causa de tu voz, y que destruya la obra de tus manos?” (Eclesiastés 5:5, 6).
Como se puede observar en el capítulo de hoy, si alguien hacía un voto con Dios tenía que cumplirlo, o sino debía hacerlo como Dios había dicho. Dios que conocía el corazón voluble del ser humano, que muchas veces se arrepiente de lo que promete o jura, pues muchas veces se deja llevar por sus emociones, también les da salidas. Podía redimirlo para recuperarlo o saldar la promesa. Habían algunas indicaciones, si era varón, mujer, niña o niño, adulto o joven, anciano, animal limpio, etc. Había solución. El israelita debía cumplir con lo que prometió y devolver lo que era de Jehová, que no era “negociable” pues era consagrado y era de Dios (como era el caso de los diezmos).
El capítulo de hoy nos llama a honrar la palabra y los compromisos. El hijo de Dios debe ser responsable en todo tiempo, y más aún cuando promete a Dios. Y si por algún caso o razón, hemos sido infieles y no hemos honrado nuestras promesas a Dios o no hemos devuelto lo que le corresponde (como es el diezmo y la ofrenda), pidamos perdón y restituyamos como tiene que ser.
Dios nos conoce, sabe que somos rápidos para hablar y tardos para cumplir, por eso, hoy es un buen día para ponernos a cuentas con Dios, pedirle perdón y una nueva oportunidad.
Que Dios te bendiga.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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