“Así apartarás a los levitas de entre los hijos de Israel, y serán míos los levitas. 1Después de eso vendrán los levitas a ministrar en el tabernáculo de reunión; serán purificados, y los ofrecerás en ofrenda” (Números 8:14, 15).
Dios es Santo, y su obra también, por ello requiere de hombres santos. Y santidad no tiene que ver con impecabilidad o perfección, sino con el vivo y ardiente deseo de hacer la voluntad de Dios, cada día, cada hora y segundo. Veamos algunos detalles respecto a la consagración al ministerio:
1. Antes de ir a las personas, debe ir a Dios (vrs. 5-13). Los levitas debían ser purificados y consagrados exclusivamente a Dios, en primero lugar, y luego podían interceder por el pueblo. No podemos pretender evangelizar, predicar a otros si antes no tenemos comunión con Dios.
2. Implica estar separado de lo mundano, no del mundo (vrs.14-22). Los levitas estaban separados de todo el mundo. Por ejemplo, sus tiendas estaban al centro del campamento, rodeando el templo. Sin embargo, trabajaban para el pueblo, ministraban en favor del pueblo. Debemos separarnos de las cosas mundanas, pero debemos estar entre ellos, para ayudarles.
3. Tiene inicio, pero no tiene fin (23-26). El ministerio tenía inicio (a los 25 años), pero se “jubilaban” a los 50 años. No obstante, debían seguir como “guardias” hasta que mueran. “En el ministerio se cambia de posición pero jamás se cuelgan los chimpunes”. ¿Amén?
Solo un detalle: El peor error de la iglesia es creer que solo sus líderes o pastores tienen que vivir una vida así. Dios nos llama a vivir en santidad independientemente de nuestro cargo, responsabilidad u oficio. Recuerda que todos somos "linajes escogido y real sacerdocio" (1 Pedro 2:9).
¡Feliz día!
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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