lunes, 9 de mayo de 2022

NO TOMARÁS EL NOMBRE DE DIOS EN VANO - LEVÍTICO 24


“Un mismo estatuto tendréis para el extranjero, como para el natural; porque yo soy Jehová vuestro Dios” (Levítico 24:22).


El capítulo de hoy hace mención sobre el aceite para las lámparas del candelabro y los panes de la proposición que estaban ubicadas en el lugar santo del Santuario de Israel. Estos detalles son más que importante porque se trata de adoración y salvación. Dios tiene sus formas específicas de cómo ser adorado, pues debemos recordar que el tema central de Levítico es adoración. En esa dirección, hace un cambio abrupto en su desarrollo, pues registra una caso particular: el castigo de un blasfemo.


La inserción de esta historia en el marco de Levítico, luego de hablar del Santuario, las fiestas y demás, es de suma importancia pues nos quiere dejar en claro que el tema central de Levítico es la adoración. Así, el problema es serio: 


“Y el hijo de la mujer israelita blasfemó el Nombre, y maldijo; entonces lo llevaron a Moisés. Y su madre se llamaba Selomit, hija de Dibri, de la tribu de Dan. Y lo pusieron en la cárcel, hasta que les fuese declarado por palabra de Jehová” (Levítico 24:11, 12).


El caso era especial porque se trataba de un hijo con “doble nacionalidad”, hebreo por su madre y extranjero (egipcio) por su padre. Como judío el joven debía ser juzgado como la ley indicaba, pero como extranjero, ¿cómo debía procederse? Por eso, lo pusieron en la cárcel hasta que tengan un veredicto de parte de Dios. La respuesta de Dios, no se hizo esperar mucho, Dios dijo: “Un mismo estatuto tendréis para el extranjero, como para el natural; porque yo soy Jehová vuestro Dios” (Levítico 24:22). Así de simple y sencillo. La ley está por sobre el hebreo y el extranjero, se le debía juzgar de igual manera. 


Ahora, ¿en qué consistía blasfemar el nombre de Dios? El hombre cometió el crimen de blasfemia, que es atacar a alguien —especialmente a Dios— con palabras. El mandato contra la blasfemia a Dios fue dado en Éxodo 22:28. En el Cercano Oriente el nombre de una persona estaba íntimamente ligado a su carácter, de modo que en el caso de Dios, la blasfemia era en efecto un acto de repudio.


¿Por qué sé registro este hecho? Por la sencill razón de que si Dios demandó que un extranjero fuera ejecutado por esta ofensa, ciertamente no toleraría su violación entre los israelitas, que eran su pueblo y, por lo tanto, se identificaban con su nombre. 


El pecado de blasfemia estaba relacionado con el tercer mandamiento de la ley de Dios. Es por ello que para cuidarse de no blasfemar el nombre de Jehová, algunos judíos crearon tradiciones que ponían gran cuidado en evitar decir o escribir el nombre de Dios. Se pensaba que si uno nunca decía (o escribía) el nombre de Dios, entonces nunca podría blasfemar el nombre de Dios. Esta idea acompañó a los escribanos por largos años, y es que cuando iban a copiar o escribir el nombre de Dios YHWH, antes de hacerlo, se lavaban las manos, escribían el nombre de Dios y luego, tenían que romper esa pluma y la desechaban, para tomar otra pluma y continuar la escritura. 


¿Te imaginas? Romper la pluma cada vez que se escribía el nombre de Dios. Según algunos relatos, solo el sumo sacerdote judío podía pronunciar el santo nombre de Dios (Yahveh). Se le permitía decirlo solo una vez al año: en el Día de la Expiación. Los judíos nunca pronuncian este nombre, y hace tanto tiempo que está en desuso entre ellos que la verdadera pronunciación ahora se ha perdido por completo. 


Muchos judíos religiosos devotos tampoco escribían el nombre de Dios, porque si ese papel fuera destruido, esto podría considerarse una blasfemia o tomar el nombre del Señor en vano. Por lo tanto, escribían Adonai («Señor») en lugar de Yahveh. En lugar de «Dios», escribían «D-s». Se referían a Dios con nombres como «el Nombre» en lugar de decir «Dios». ¿Qué les parece!


Con todo lo mencionado, es entendible porqué sé emitió ese tipo de juicio, contra el joven extranjero que había blasfemado. Que podamos ser verdaderos adoradores de Dios.


Feliz día.


Pr. Heyssen Cordero Maraví 


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