“Y
Moisés vino y contó al pueblo todas las palabras de Jehová, y todas las leyes;
y todo el pueblo respondió a una voz, y dijo: Haremos todas las palabras que
Jehová a dicho” (Éxodo 24:3).
Después de escuchar un sermón
inspirador (de esos que decimos: ¡un sermón poderoso!), solemos decir: “¡Amén!”.
Y no mentimos, no. Lo decimos de todo corazón, lo sentimos en ese momento,
queremos ser fieles a Dios y a su Palabra… pero, ¿por qué cuando pasan los minutos,
las horas, los días, volvemos a lo mismo? El pueblo de Israel y su actitud podrían
enseñarnos muchas lecciones, a ellos les pasó lo mismo, y muchas veces. ¿Cuántas
veces prometimos fidelidad a Dios y le hemos fallado? Jesús nos diría: “Velad y
orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto,
pero la carne es débil” (Mat.26:41). Y es que somos tan humanos, tan simples,
tan débiles, tan imperfectos, tan corruptos… Somos de carne y hueso, y Dios lo
sabe.
Cuando Moisés regresó de su diálogo
con Dios en el monte de Sinaí, donde Dios le contó el propósito que tenía para
su pueblo: Que sea reino de sacerdotes y
una nación santa (Ex. 19:5, 6), llama la atención que la Biblia dice: “Y todo el pueblo respondió a una voz, y
dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos” (Éxodo 19:8). El pueblo no
mentía. El pueblo de Israel decía la verdad, sentía emoción de ser considerado
un pueblo especial, tenían toda la voluntad, pero no conocían su propio
corazón. No sabían que el corazón del hombre es engañoso y que nadie lo conoce (Jer.17:9). ¿Te ha
pasado alguna vez? ¿Creías que te conocías bien, pero te diste cuenta que no te
conocías e hiciste cosas que jamás hubieras imaginado hacer? Es real, solo Dios
conoce tu corazón, tu vida… nadie más.
En el capítulo de hoy, vemos a
Moisés de regreso del Monte de Sinaí, con el libro del pacto (todo lo
registrado desde Éxodo 20:22 a 23:33, pues el pueblo de Israel le había dicho a Moisés que vaya solo y converse
con Dios por temor a morir), y “contó al
pueblo todas las palabras de Jehová, y todas las leyes; y todo el pueblo
respondió a una voz, y dijo: Haremos todas las palabras que Jehová a dicho”
(Éxodo 24:3). Y por si esto fuera poco, al día siguiente, Moisés, nuevamente “tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos
del pueblo, el cual dijo: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y
obedeceremos” (Éxodo 24:7). Una vez más, el pueblo promete, y ahora añade:
OBEDECEREMOS.
Obediencia. Tan necesaria, y tan
difícil de lograrla. Buscamos obediencia y nos encontramos con todo lo
contrario, la DESOBEDIENCIA. No importa cuántas veces prometamos, casi siempre
vamos a terminar desobedeciendo. Y no es una declaración fatalista y pesimista
de la vida cristiana, es una constante. Te ha pasado si eres humano. La pregunta
que viene a mi mente es, ¿Dios conoce esa “constante” en el ser humano? La
respuesta es, sí. Dios conoce tu corazón, Él sí sabe la naturaleza rebelde de
tu corazón a diferencia de ti. Y a pesar de eso, quiere hacer un pacto cada día
contigo. Sabe que le fallarás, pero su amor es más grande, que conociendo todo
lo malo del ser humano, entregó a Jesús para morir por la caída humanidad.
Y Jesús, que es el camino, la
verdad y la vida (Jn.14:6), es el único que puede ayudarnos a cumplir con
nuestro compromiso de fidelidad a Dios. El pueblo de Israel, así como nosotros
creyó que era posible ser OBEDIENTE a
Dios con fuerzas propias, con voluntad y dominio propio… pero no es así, nunca
fue así, y no lo será. Podemos tener la “buena voluntad”, pero eso es insuficiente para
vencer, para ser OBEDIENTE, es necesario vivir con Cristo, porque separados de Él, nada podremos
hacer (Jn.15:5). No es poesía, es real. En mi experiencia personal, cuando más
seguro pensé que estaba, más lejos de Dios llegué, más hondo caí. No es con fuerza,
es con el Espíritu de Dios (Zac.4:6).
Buen día!
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¡Dios te bendiga mucho!
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