Salomón había llegado a la cúspide de su reinado, y en veinte años había prosperado en gran manera junto al pueblo. Sin embargo, cuanto más fiel debía ser, hizo alianza con los egipcios, y empezó su ruina. ¿Qué es lo que hay en el corazón del ser humano para olvidarse de los principios divinos justamente cuando está en lo más alto de su vida? Salomón había sido sabio, pero fue la vida cómoda que estaba viviendo, muy probablemente, el estatus quo, lo que le llevó a desviar su mirada de Dios para ir tras los placeres y costumbres de este mundo infiel.
No obstante, aunque el matrimonio de Salomón con la princesa egipcia fue una violación a la Palabra de Dios (Deuteronomio 17:17), lo más terrible era que Salomón lo hizo todo a sabiendas, deliberante. El texto dice:
“Y pasó Salomón a la hija de Faraón, de la ciudad de David a la casa que él había edificado para ella; porque dijo: Mi mujer no morará en la casa de David rey de Israel, porque aquellas habitaciones donde ha entrado el arca de Jehová, son sagradas” (v.11).
Sabía que su “matrimonio” no era algo bueno. Era consciente de que Dios no aprobaba esa relación, pero racionalizaba y quería separar lo santo de lo profano, pero externamente, para que la gente crea que “a pesar de todo”, Salomón era un hombre “cuidadoso y reverente”. En la actualidad hay quienes, saben que están haciendo las cosas mal, que viven en pecado o error, pero tratan de discriminar las cosas para que no parezcan tan malos, están interesados en el qué dirán. Ese era Salomón.
La racionalización es el pecado más sutil y más común en el seno del cristianismo. Es un mecanismo de defensa para JUSTIFICAR desde un plano lógico, alguna acción o emoción con el objetivo de sentirse menos mal. Con la racionalización, la persona se auto convence de que su pecado no es tan malo, y si por algún caso es malo, era necesario y no había otra forma, por tanto, Dios lo entenderá.
Salomón podría haber argumentado, que su matrimonio no tenía que ser visto necesariamente como algo malo, sino como una alianza estratégica necesaria. Y podría haber finalizado diciendo: “Dios sabe que todo lo he hecho por el avance de su obra. Además, no he mezclado ni corrompido la adoración en el templo, pues mi mujer no morará en casa de David… porque esos lugares son sagrados” (v.11).
El pecado es pecado, grande o pequeño, y a menos que no lo reconozcamos como tal, no recibiremos perdón de Dios.
Feliz día.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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