“Cuando alguno hiciere voto a Jehová, o hiciere juramento ligando su alma con obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca” (Números 30:2).
En tiempos donde la palabra ha llegado a ser minimizada por no tener “peso legal”, a no ser por una grabación en audio o video, o un escrito con peso notarial; y donde hemos normalizado y aceptado declaraciones como “a las palabras se las lleva el viento”, “papelito manda”, entre otras, leer el capítulo de hoy es un llamado fuerte a la reflexión.
Hacer votos, compromisos, o promesas en este tiempo es común. Votos en el matrimonio, promesas políticas, promesas económicas, y por supuesto también votos, compromisos y promesas a Dios, entre los cristianos. Tal como por ejemplo:
“Señor de los Milagros, dice un devoto, si me bendices este año, voy a cargar “ al Cristo Morado en las procesiones de octubre”. Bien o mal, son promesas o votos.
“Oh Dios, si me bendices te voy a ser fiel con todo mi vida, entregaré mis diezmos y ofrendas fielmente..”
“Querido Dios, perdóname. Te pido perdón por mis pecados y es la última vez que lo haré. Nunca más Señor, pero perdóname”.
Y así, más promesas, más votos y compromiso que, que se las “lleva el viento” porque pasa un día, una semana, un mes, y como si jamás hubiéramos prometido, incumplimos con nuestras palabras. No cumplimos nuestras promesas. Terrible.
El tema es que como estamos acostumbrados a fallarle a “medio mundo” con nuestras promesas, o como también nos fallan, muchas veces pensamos que Dios es un humano más, a quién podemos prometerle así por así, y simplemente no cumplimos. Sin embargo, debemos entender que nuestras promesas a Dios no deben ser tomadas como livianas, de modo que su incumplimiento “no sería perdonado”.
Antes de entrar a la tierra prometida es necesario que todo hijo aprenda a cumplir con sus votos a Dios. Según Números 30, todo los varones, las viudas y divorciadas tenían que cumplir sí o sí sus promesas, pues ellos eran responsables. En cambio, las mujeres jóvenes y esposas, podrían liberarse de culpa y ser perdonadas si sus padres o esposos interferían, puesto a que ellas estaban “bajo la responsabilidad de sus padres y esposos”. No obstante, el mensaje es claro: DEBEN CUMPLIR SUS VOTOS.
Dios mismo diría tiempo después, a través de Salomón: “Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes. Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas. No dejes que tu boca te haga pecar, ni digas delante del ángel, que fue ignorancia. ¿Por qué harás que Dios se enoje a causa de tu voz, y que destruya la obra de tus manos? Donde abundan los sueños, también abundan las vanidades y las muchas palabras; mas tú, teme a Dios” (Eclesiastés 5:4-7).
Finalmente, aunque el llamado es para cumplir nuestros votos con Dios, es necesario recordar que también debemos hacer los mismo con las promesas y palabras dadas a otras personas. Debemos aprender a ser responsables con nuestras palabras. Ésta es también, parte de la ética cristiana.
Feliz día.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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