“Entiende, pues, hoy, que es Jehová tu Dios el que pasa delante de ti como fuego consumidor, que los destruirá y humillará delante de ti; y tú los echarás, y los destruirás en seguida, como Jehová te ha dicho” (Deuteronomio 9:3).
Me encanta el cómo Dios le habla al pueblo de Israel. No les da un mensaje ambiguo, tampoco intenta congraciarse con el pueblo diciéndoles mentiras o verdades a medias como para hacerles sentir mejor. No. Dios les dice que la tierra que van a poseer tiene “gigantes”, tiene a los hijos de Anac, y que son fuertes, mucho más fuertes que los israelitas. La Biblia dice la verdad. Sin embargo, Dios ha prometido que los entregaría en manos de los israelitas: “Entiende, pues, hoy, que es Jehová tu Dios el que pasa delante de ti como fuego consumidor, que los destruirá y humillará delante de ti; y tú los echarás, y los destruirás en seguida, como Jehová te ha dicho” (Deuteronomio 9:3). ¿Qué más necesitamos si Dios mismo nos dice que Él nos ayudará a conquistar y a vencer a nuestros enemigos?
De este modo, Dios les dará la victoria, pero jamás deben olvidar de que no es por sus fuerzas, su justicia, tampoco por lo recto que son, porque no lo son, sino que es por GRACIA de Dios, y la impiedad de esas naciones cananeas (Deuteronomio 9:4, 5), que sería conquistados. Esto es gracia pura en el Antiguo Testamento, lo que derriba toda “muestra” de salvación por obras, y eleva la salvación gracia como en toda la Biblia.
Finalmente, en ese contexto, Dios les dice que no se enorgullezcan, ni crean que es por su buena conducta. Dios no se olvida de lo duro de corazón que son los israelitas. Dios les hace un recuento de todas las veces en que Israel demostró desconfianza y rebeldía, y les recuerda que Moises intercedió por su pueblo, por su familia, por Israel. Moisés les dice:
“Y oré a Jehová, diciendo: Oh Señor Jehová, no destruyas a tu pueblo y a tu heredad que has redimido con tu grandeza, que sacaste de Egipto con mano poderosa. Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac y Jacob; no mires a la dureza de este pueblo, ni a su impiedad ni a su pecado, no sea que digan los de la tierra de donde nos sacaste: Por cuanto no pudo Jehová introducirlos en la tierra que les había prometido, o porque los aborrecía, los sacó para matarlos en el desierto. Y ellos son tu pueblo y tu heredad, que sacaste con tu gran poder y con tu brazo extendido” (Deuteronomio 9:26-29).
El texto anterior muestra que el pueblo de Israel iba dejar de existir por su rebeldía, pero fue Dios por medio de Moisés, por su intercesión, que el pueblo de Israel continuó. Dios quiere que el pueblo entre con ese asunto bien claro. Dios les dice en otras palabras: “USTEDES VAN A POSEER LA TIERRA PROMETIDA, PERO NO ES POR LO BUENO QUE SON, SINO QUE ES POR GRACIA PURA. POR MISERICORDIA Y PORQUE ALGUIEN INTERCEDIÓ POR USTEDES”.
En nuestra caminata rumbo a la tierra prometida, a la CANAÁN CELESTIAL, la salvación no es por obras, es por gracia de Dios, y porque alguien intercedió, y ese alguien es Cristo. Cristo es el intercesor, es el MEDIADOR (1 Timoteo 2:5). Nosotros por obras, no merecemos nada. Pero es por Dios que tenemos acceso al padre, a la salvación.
Que Dios te bendiga.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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