Josué fue un hombre de Dios. Si deseas ser un líder debes aprender, en primer lugar, a ser un buen liderado, un buen alumno. Josué aprendió de Moisés buenas cosas, pero continuó aprendiendo a los pies de Dios cada día. Josué 1 nos da detalles de lo que se pidió para ser el sucesor de Moisés, y al leer los dos últimos versículos de hoy, podemos notar que Josué cumplió, con creces, ese pedido divino.
Josué jamás buscó servirse sino que sirvió a los demás. Ese es el liderazgo siervo del que tanto se habla y se escribe hoy. Sin embargo, ese liderazgo siervo va más allá de escribir o hablar sino que está basado en la práctica, en los hechos. Ese líder que estaba siempre adelante, que no solo decía HAGAN, sino, HAGAMOS. No decía VAYAN, sino, VAMOS. El líder que fue honrado por sus seguidores:
“Y después que acabaron de repartir la tierra en heredad por sus territorios, dieron los hijos de Israel heredad a Josué hijo de Nun en medio de ellos; según la palabra de Jehová, le dieron la ciudad que él pidió, Timnat-sera, en el monte de Efraín; y él reedificó la ciudad y habitó en ella” (Josué 19:49, 50).
El pueblo nota cuando un líder no busca servirse, los seguidores notan cuando el líder no busca la gloria para él, sino para Dios. Que todo aquel que lidera pueda tener en mente el ejemplo de Josué, que fue un siervo que lideró. Un siervo que también puede asemejarse a Jesús, quien dijo: “vino a servir y ni a ser servido y para dar su vida en rescate de muchos” (Mateo 20:28).
Feliz día.
Pr. Heyssen Cordero Maraví
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